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¿Somos malos deportistas?

Escrito por Alejandro Daniel Álvarez Arellano en Miércoles, 31 Agosto 2016. Publicado en Deportes, Opinión, Periodismo

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No es necesario seguir removiendo el dedo en la llaga del bajo rendimiento del equipo representativo del país en las pasadas olimpíadas. Pero tampoco es cierto que nuestra complexión física no esté diseñada para el alto rendimiento competitivo. Según una ecuación referida por uno de los tantos comentaristas del evento, si se considera el número de habitantes en la nación y el tamaño de la economía debimos traer al menos quince medallas, aunque nunca en la historia se han logrado más de nueve.

Según la misma ecuación, sería inexplicable que países tan pobres y pequeños como Cuba, Jamaica, Kosovo, Bahamas o Armenia hayan ocupado mejores lugares que México en el medallero final. Pero algo de cierto tiene ese criterio al ver los diez primeros lugares de los ganones. Ahí estuvieron países muy poblados y de economías fuertes. Pero hay algo más, que no entra en las ecuaciones y es difícil de medir: la mentalidad ganadora de los deportistas.

Los primeros miembros de la delegación olímpica que regresaron (después de ser eliminados) sistemáticamente declaraban sentirse “satisfechos y contentos”. Ninguno se sentía apenado, ni hacía mención de que podría haber realizado un mejor desempeño. En una palabra, se sentían a gusto en el fracaso. El colmo fue cuando empezaron a culpar a terceros, que si el apoyo, que si los directivos, que si los jueces, que si el calor, que si la lluvia.

Lecciones básicas del deporte son respetar el resultado, respetar al contrario, respetar las reglas y respetarse a sí mismo no culpando a nada ni nadie del mal desempeño. Los malos directivos, la insuficiencia de entrenadores, instalaciones y dinero han existido siempre, desde el origen de los tiempos pero pese a ello ha habido grandes hazañas deportivas en disciplinas tan diversas como la equitación (Mariles), clavados (Capilla), caminata (Pedraza), boxeo (Fabila), en condiciones mucho más adversas que las actuales.

Que el director de la Conade debió renunciar con carácter de irrevocable no tiene vuelta, era cuestión de simple vergüenza, lo mismo que el entrenador de la selección de futbol sobre la cual existía la seguridad de verla en el podio por lo menos con la de bronce colgada en el pescuezo. ¿No es eso como para desaparecerse varios meses aunque con ello nada se remedie? Pero ni el director de deporte ni el entrenador de futbol saben de dignidades, lo suyo, lo suyo, es la carrera política.

No hay secretos para arañar éxitos deportivos, lo han dicho propios y extraños, la veta está en la promoción del deporte desde la educación básica. Si hay medallistas de oro con edades de quince años quiere decir que empezaron a practicar la disciplina cuando tenían menos de diez. Pero si la mayor parte de los niños sólo llegan a patear un balón mal inflado en su clase de educación física poco se puede esperar ya no digamos de hacerlo un estrella olímpica, sino ni siquiera un aficionado a caminar quince minutos en un parque.

Si todo el contacto con el deporte a través de los medios son los infumables partidos de la liga profesional  de futbol o las infumables peleas de box donde privan la mediocridad, los gritos desaforados de los locutores emocionados por nada hasta desgarrarse la garganta y la corrupción. ¿Así cómo? Por ello no es casual que seamos campeones en obesidad, diabetes, hipertensión y úlceras gástricas y luego creamos que se combaten con anuncios simpáticos (muévete, mídete, chécate).

Me quedo con la historia de Lupita González, medallista de plata en caminata de veinte kilómetros. Permaneció durante toda la carrera en el grupo puntero alternando la punta con tres chinas que se turnaron para hacerla reventar sin lograrlo. Pocos medios se acercaron a ella previo a la partida de la comitiva, las cámaras y reflectores estaban con otros, pese a que Lupita había triunfado en el Mundial de atletismo y los Panamericanos.

Se ha visto que en cada país pueden existir ventajas comparativas en la práctica de ciertos deportes. Cuando el sargento Pedraza llegó a la meta en las olimpiadas de 1964 poco se sabía de la existencia de ese deporte pero a partir de ahí se tuvo un efecto enorme en su práctica, surgiendo varias generaciones de marchistas exitosos. Seguramente muchas niñas querrán seguir el camino de Lupita González. A ver qué hacemos para cristalizar esos deseos de las miles de niñas para practicar la caminata, habrá un semillero enorme.

 

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