“Laboratorio de monstruos y ficciones
Laboratorio de Monstruos y Ficciones
Los escritores de estas breves ficciones, tienen tres cosas en común: son muy jóvenes, tienen una imaginación desbordada y saben crear monstruos perfectos. Claro cuando hablo de monstruos, me refiero a sus cuentos y no es porque sean terribles ni mucho menos, sino por fantásticos e impactantes.
En nuestro Laboratorio de Monstruos y Ficciones, los jóvenes alumnos no necesitaron una tormenta eléctrica para dar vida a sus creaciones o para encender sus máquinas del tiempo, bastó con el rayo de la imaginación: los construyeron con palabras y les dieron corazón. Fueron excelentes científicos locos de la letra que nunca dejaron de hacer sus experimentos, que nunca revelaron sus fórmulas secretas.
Los cuentos aquí reunidos constituyen una pequeña muestra de la creatividad de los alumnos y fueron seleccionados por su originalidad, sin dejar de destacar su capacidad de contar una historia en pocas líneas.
El Bufón
Zían Gaxiola Vásquez, 10 años
Un día el rey de Excalibur, sintió la necesidad de reír, por lo que llamó al bufón de la corte. Aunque éste se esforzó con malabares y chistes de todo tipo no fue capaz de sacar una sola sonrisa. Al cabo de ocho horas el rey enfurecido ordenó su ejecución .Nadie se explica porqué su cuerpo se pudrió y su cabeza permaneció intacta.
El canernícola
Paula Trujillo Verdugo, 6 años
Erase una vez un canernícola que tenía por mascota a un mamut y de repente: una estampida…
Oro el dragón
Eurídice C. Domínguez, 6 años
En China apareció un dragón de oro. Aquellos que quisieron quitarle las escamas fueron consumidos por las llamas.
El intento
Zían Gaxiola Vásquez, 10 años
Hubo una vez una persona que quería volar. Aunque todos le dijeron que estaba loco, que jamás sucedería, un día lo intentó y…
¿lo logró?
Perro- hormiga
María Sabina Beltrán Abaroa, 9 años
Había una vez una niña que se encontró con una bestia parte perro, parte hormiga y parte gato, la niña se asustó y la aplastó.
El tiranosaurio
Jackeline Verdugo, 9 años
Cuando el último huevo eclosionó, papá y mamá triceratops llenos de perplejidad se aproximaron a inspeccionar a la cría: patas posteriores largas, patas anteriores diminutas, ojos ambarinos y dientes afilados, ni sombra de los cuernitos que coronaban la testa de los otros diez pequeños. No les quedó duda, aquel no era de los suyos: era un Rex. A ellos no les pareció bien abandonar al indefenso bebé, así que sin pensar en el futuro, decidieron criarlo como suyo.
Lo mejor fue que cuando llegó la hora de la comida, Albertito, como se llamaba, devoró sus espinacas sin chistar. Este descubrimiento hizo que todos suspiraran de alivio: se ahorrarían la vergüenza de tener que comprar carne en el súper.
El planeta de los Monstruos
Naomi Vidal Geraldo Güereña
Hace mucho tiempo, un hombre llamado Adán Grinch llegó a Jáinsbul, el Planeta de los Monstruos. Como no tenía forma de volver a la Tierra y para evitar que se lo comieran, tuvo que aprender a vivir bajo las reglas del planeta: comer lo que los monstruos comían, ver los programas que a ellos les gustaba, respirar el mismo aire y hasta enfermarse con las mismas bacterias.
Un día se miró en el espejo y para su alivio, descubrió que ya no estaba en peligro: se había transformado en monstruo.
Los Robozombies
Roberto Palacios
Una vez un inventor salió de su laboratorio a comer y se olvidó de cerrar las jaulas de sus especímenes. En cuanto se fue, robots y zombis empezaron a luchar. Como era de esperarse los robots fueron los vencedores, pero la cosa no paró ahí; el científico también olvidó darles de comer, por lo que sin chistar decidieron prepararse unos tacos de zombi.
Esa merienda tuvo consecuencias fatales: un ejército de seres mitad robot y mitad zombi surgieron del laboratorio para sembrar el terror. Ni siquiera los extraterrestres que por algún motivo tuvieron la brillante idea de conquistar la Tierra el mismo día pudieron hacerles frente. Sin embargo los sistemas de los robo-zombis no estaban bien integrados al tejido no-muerto por lo que su guerra de conquista duró menos de veinticuatro horas.
Amanece y la pesadilla continúa.