Taller de la serpiente: PULSOS
Tocaba el cuerpo de Andrea como se lee un libro, una partitura. Lo completaba. Cada caricia era distinta, como la luz que la acompañaba. Al recorrer mis manos la misma ruta, la misma piel, me sumergía en la caricia que me regresaba el eco de su fuego en la punta de mis dedos. Para mí su cuerpo carecía de sentido, de significado hasta que lo interpretaba, lo vivía con el tacto disperso de mi cuerpo. Ella no sabría jamás de mi ceguera, a mí jamás me importó que estuviera muerta.
Comentarios (1)
Dinora
felicidades