Temas femeninos: LA CARGA MENTAL
Uno de los términos creados por las feministas en el tema del trabajo doméstico y la equidad a la hora de repartir las labores de casa, ahí donde la psicología, la economía y el amor se cruzan, es el de “la carga”, que lamentablemente no es una invención y ha existido siempre. Para comprender su significado es mucho más fácil partir del ejemplo, pues las palabras sobran cuando se invalidan socialmente las situaciones (ghosting) y dejamos de pensar en ellas (si es que alguna vez nos detuvimos a reflexionar), además de que se trata de algo que TODAS hemos vivido, algo que incluso vivimos mientras leemos este artículo.
¿Alguna vez han esperado que alguien de su casa realice una acción que, evidentemente, debe ser realizada, como recoger una toalla del piso, poner un rollo de papel de baño nuevo o lavar una montaña de trastes? Y de ser así, al no verla realizada han reclamado y recibido la clásica respuesta de “no me lo pediste”? Si tu respuesta es sí, pues felicidades, acabas de descubrir un nuevo tipo de violencia que sufrimos las mujeres. Por si no queda claro todavía, te dejamos el ejemplo más: imaginemos que vives con tu pareja masculina y con un hijo. Imaginemos que ambos trabajan, pero que por una festividad, tu marido llega antes a tu casa: pasa a recoger al niño de la guardería (cosa que lo hace sentir orgulloso) y al llegar, se instala en el sillón después de un arduo día de laborar por un sueldo, mientras el niño se queja del hambre, por lo que le da un pan dulce para que se calle: “ya casi llega tu mamá, espérala”. Finalmente sales de la chamba, vas a recoger a tu pequeño y lo primero que te hace entrar a la dinámica del trabajo doméstico y la carga, es que tu marido no te avisó que ya estaba el niño con él, con lo que te habría ahorrado un viaje. Lo segundo que notas es al llegar a casa, y es que el niño no comió más que pan, y cuando, ya resignada a cocinar para los tres (cosa que bien pudo hacer el hombre, pero quizás se justifique diciendo “no sé cocinar”), es que ni siquiera hay comida suficiente para un platillo, por lo que tienes que tomar tu bolsa del mandado e ir al supermercado a abastecerte, con el mismo dinero que tú misma acabas de ganar. Y luego lavar los platos, y luego bañar al niño, y luego hablarle a tu mamá para recordarle su medicamento porque tus otros 3 hermanos varones jamás se preocupan por ella… y sin darte cuenta, ya tienes tres arrugas nuevas y una mancha de canas en la cabeza. Ahora, ¿quedó más claro? Pues bueno, ese sentimiento del nadie-en-esta-casa-hace-nada que te gritaba tu abuela cuando tenías apenas 6 años, es lo que se conoce como “la carga”.
La carga es, entonces, el estrés psicológico que se produce por el estereotipo que da por hecho que el hogar y todas sus necesidades (menos la de el dinero para mantenerlo) es responsabilidad de las mujeres. La cuestión va más allá de la limpieza: abarca toda gestión, organización, administración, compras, planes, solución y planificación de problemas, etcétera, etcétera, y por si fuera poco, se trata del tipo de trabajo que ni es remunerado, ni es socialmente respetado.
La carga es un término que apunta al machismo verdaderamente entrometido en nuestro cerebro, pues casi casi naturaliza los roles de género. Cuando una mujer le dice a un hombre “lava los platos, por favor”, “limpia tu excremento del fondo de la taza”, “tira los restos de comida en el bote antes de echarlos al fregadero”, “dobla la ropa limpia que dejé en un cesto”, o cualquier frase del tipo, ya es muy tarde. ¿Por qué es tarde? Porque significa que todos estos hombres aunque “AYUDEN” (IMPLICANDO ya con esa frase, que se trata de una serie de responsabilidades que le pertenecen a ella y sólo a ella) y se sientan como un héroe, nunca participarán de forma equitativa, voluntaria y espontánea en el cuidado y mantenimiento de casa, como el resto de las mujeres y como debería ocurrir si queremos tener a menos hermanas viviendo de ansiolíticos y antidepresivos. Ahí nos damos cuenta de lo flojos que son ellos en realidad, pues evitan todo lo que no se les pida de forma legítima según ellos, 8y convincente), por lo que nos damos cuenta de que ni siquiera usan su tiempo en pensar en la propia casa que habitan.
Otro ejemplo de esto son las carnitas asadas: ¿quiénes lavan, pican y sirven al interior de la cocina? ¿y quiénes asan la carne y son después elogiados y felicitados, al exterior, en el asador? Ya conoces la respuesta.
Pero no todo está tan perdido: es posible negociar y organizarse mejor. Un estudio de Procter & Gamble, propuesto para eliminar la mayor cantidad de carga mental posible, sugiere que comencemos con al hogar como una empresa:
visualizar el hogar como una empresa en la que hay diferentes departamentos: de ropa, comida, limpieza, educación o decoración. Acto seguido hay que cuestionarse quién dirige y coordina cada uno (aunque luego todos aporten su granito de arena en el ejercicio de las tareas), quién conoce lo que se hace en ellos y quién es más probable que diga cosas como: “He pensado que hay que hacer esto”, “¡Acuérdate de comprar tal o cual cosa!” o «¿Hiciste lo que te pedí?”
Te queremos compartir todo el cómic de Emma Clit donde se explican con detenimiento, cada uno de los pasos de la carga. Lo encuentras aquí.
Y tú, cuéntanos, mujer ¿qué cosas te has obligado a hacer?¿qué es lo que más estrés te causa realizar? ¿has tenido roces a querer discutir abiertamente con tu pareja del tema o has sido tachado de “paranoica, loca, exagerada? Queremos leer tu comentario: juntas podemos intentar matar a esta horrible forma de explotación física y mental, y luchar por una sociedad más junta y equitativa, con igual dignidad para hombres y mujeres.