Temas masculinos: LA BISEXUALIDAD MASCULINA
En tiempo de guerra cualquier hoyo es trinchera
—Refrán popular
A lo largo de la historia de la humanidad se han creado diversos estereotipos de género que querámoslo o no, afectan nuestro comportamiento y moldean incluso nuestra interacción con los otros, ya sean hombres o mujeres.
El reglamento de género afecta indudablemente la manera en la que hacemos amigos y nos desenvolvemos con ellos. Uno de los puntos más importante es la libertad que existe entre las amistades masculinas y femeninas. Un ejemplo: durante gran parte de la edad media y hasta el siglo XIX, era muy común que las amigas “solteronas” o “dejadas”, es decir, aquellas que decidían no contraer nupcias con un varón, se fueran a vivir juntas para hacerse compañía. Estos comportamientos no eran vistos con el morbo de la homosexualidad, porque a las mujeres se les permitía tener necesidades afectiva que los hombres no tenían derecho a manifestar, y menos a satisfacer a través de otros hombres.
El término “no homo” se usa para heterosexualizar cualquier actitud afectiva entre varones. Si dos hombres quieren abrazarse, besarse, demostrarse cariño, lanzarse un cumplido sobre su físico o decir algo tierno, siempre es necesario decir el “no homo” para aligerar la tensión homofóbica (el deseo homosexual) que existe entre ambos, pero ¿por qué es necesario rendir cuentas?, y más importante aún, ¿por qué una acción tan poco sexual puede poner en riesgo la condición heterosexual de los implicados? El problema, además de la evidente homofobia que existe, es que no sólo se niega a aquellos hombres que sienten atracción por otros hombres, sino también a quienes son bisexuales.
Monique Wittig es una filósofa francesa que postuló un término llamado “pensamiento heterosexual”. El pensamiento heterosexual se refiere a que la mayoría de las instituciones que existen tienen como base la premisa de que tanto hombres como mujeres somos únicamente heterosexuales. Este pensamiento dicotómico, es decir, que confronta a la homosexualidad con la heterosexualidad, como lo malo contra lo bueno, es además reduccionista de todos los matices que se encuentran en el medio, entre ellos la bisexualidad.
Otro término común es el “bromance” que aligera o menosprecia los sentimientos que se sienten entre hombres, y en lugar de un “romance” es simplemente algo entre “bros” porque ellos tienen novias o esposas con las que sí tienen un romance “de verdad”, que muchas veces no es respetado o que es visto como una cárcel, o bien, porque está tan poco normalizado que una amistad entre varones sea íntima y amorosa, y necesitan un término diferente para designarla. El problema es que la bisexualidad entre mujeres es aceptada porque es bien visto que se consuma por los hombres heterosexuales tanto en el ámbito social como en la industria pornográfica, cosa que no ocurre con la bisexualidad masculina.
Teorías psicológicas, tales como las famosas postuladas por Freud, sostienen que todos los seres humanos somos bisexuales en un nivel libidinal, sólo que esa bisexualidad es redireccionada y desviada según los intereses del antes mencionado pensamiento heterosexual. La negación de los deseos homosexuales en los hombres a causa el machismo y las masculinidades violentas, que deja espacio sólo a las relaciones sexo-afectivas con mujeres, son una de las causas por las cuales existe la misoginia. ¿De qué otra forma se puede explicar que hombres “heterosexuales”, que aman a las mujeres, decidan insultarlas, violentarlas e incluso asesinarlas? Un estudio titulado “Las investigaciones sobre la bisexualidad en México” (1995) de Ana Lisa Liguori visibiliza el desfogue que tienen estos deseos homosexuales en hombres que se dedican al ámbito de la construcción.
Ana Luisa Liguori evidencia cómo los hombres socialmente heterosexuales que participan en el estudio, todos albañiles, realizan prácticas sexuales de riesgo por la tendencia a negar y ocultar su bisexualidad. La mayoría de estos trabajadores son casados con mujeres y se asumen como heterosexuales, pero aseguran haber tenido encuentros eróticos con otros varones al encontrarse en estado de ebriedad. El realizar relaciones sexuales bajo los efectos del alcohol les permite a estas personas “justificar” que no se trata de una homosexualidad o bisexualidad, y las consecuencias de este silencio, secreto a voces disfrutado por todos, es que los encuentros se realicen de forma “improvisada”, es decir, sin preservativos, lo cual lleva a una propagación desmedida del VIH y otras enfermedades de transmisión sexual, al punto de infectar a las mismas esposas, que terminan pagando inmerecidas consecuencias.
El artículo de Liguori es un gran ejemplo de la necesidad de visibilizar y desestigmatizar la bisexualidad entre hombres. Reconocer nuestros deseos es el primer paso para trabajar con ellos de una forma saludable, sin poner en riesgo nuestra vida ni la de las (y los) demás. Eliminemos la parte homofóbica que existe en nosotros contra nosotros mismos y realicemos un viaje introspectivo con honestidad y responsabilidad que nos lleve a estar mejor en nuestras relaciones humanas. La bisexualidad masculina existe y es válida, y la hombría no disminuye ni se pone el riesgo si somos aceptamos nuestros sentimientos, somos cariñosos, tiernos o sensibles con nuestros amigos y más que amigos.