Recomendación literaria: TODA ESA GRAN VERDAD: EL MUNDO, UNA MURALLA
Desde que los talleres literarios llegaron para quedarse, se han producido importantes cambios generacionales. Entre ellos, los escritores y poetas han podido exponer sus trabajos para la crítica, la revisión estilística y la difusión de su obra. Con esto, los textos se han profesionalizado y nos ocupamos más en la madurez y los alcances estéticos, además de inaugurar un gran número de temas que en otros tiempos hubieran resultado tabú, provocando el escándalo de las conciencias más puritanas en alguna sección de sociales.
No es gratuito que nos encontremos con la novela Toda esa gran verdad, de Eduardo Montagner porque justamente afronta y enfrenta una realidad que se ha tratado de ocultar, minimizar, ofender, burlar, vilipendiar, insultar, golpear, moralizar, pero sobre todo formarnos prejuicios en torno a las personas con diferencias, particularmente el mundo gay. Y ya no digamos de los grupos indígenas, de la gente afroamericana, las personas con discapacidad, los ancianos y las propias mujeres en muchos sectores de la estructura social.
No van a faltar dos o tres sonrisas nerviosas que piensen que tal tema no es importante porque no se trata del otro o no se trata de mí. Al contrario, pienso que es asunto de todos porque, contra lo que se piensa, las orientaciones y preferencias sexuales son parte de nuestra naturaleza humana. Nada de qué asustarse. Muy al contrario hay un mundo que tal vez desconocemos por miedo al juicio social que, como siempre, es erróneo porque procede de la ignorancia y de nuestra falta de sensibilidad y respeto hacia lo otro. Por ser heterosexuales pensamos que los demás deben cumplir y ser como nosotros. Pero hay individuos que sienten y piensan de diferente manera, aunque muchos traten de satanizar, tal como lo hacían en la Edad Media, donde se acusaba a las mujeres de brujas por hacer cosas contrarias a las costumbres culturales, y que lo único que ejercían en realidad era su inteligencia. No cabe duda de que el miedo masculino produjo que se quemaran a miles de mujeres en la hoguera por ese temor primitivo, bíblico y judeocristiano de sentirse inferiores a lo femenino. Tal vez en ese síntoma se encuentre el germen de lo que hoy discutimos.
Cuando nos asomamos al mundo literario de Eduardo Montagner podemos percatarnos de que estamos ante un escritor valiente y tenaz que ha sabido plantear sus demonios, pero sobre todo sus paradigmas que en mucho llevan a la reflexión profunda de lo desconocido, pero que por su temática es de todos conocido. Muchos escritores y poetas han sufrido el acoso, la violencia y el desprestigio por ser homosexuales. Por supuesto nos viene a la memoria el juicio por homosexualidad entablado a Oscar Wilde durante la época victoriana en Inglaterra, y del que el poeta y escritor hablara en su larga carta llamada De profundis e incluso en un libro exótico y más atrevido como Teleny. También el griego Constine Cavafis padeció del enclaustro y la persecución, atrapado por los prejuicios de su sociedad y condenado moralmente por no ser parte de la masa común que decimos y dicen ser los normales. El mismo Yukio Mishima enfrentó a la sociedad japonesa; esto lo podemos constatar en su novela Confesiones de una máscara, y que Montagner hace alusión a lo largo de su propio libro. En México Salvador Novo enfrentó a una sociedad retrógrada, pero jamás se doblegó ante la realidad machista que le exigía lo contrario a su propia naturaleza; él jamás fue de clóset, como muchos lo siguen siendo en este país, negando sus instintos y casados heterosexualmente. Recuerdo un largo poema del fallecido Manuel Ulacia Origami para un día de lluvia donde reflejaba en toda su comprensión las preocupaciones, miedos, liberaciones y reflexiones en torno a su otredad, con versos rítmicos que tocaban las fibras familiares y cuestionaba el sistema de cosas de la aristocracia intelectual de México.
El ser gay es equivalente a tener una discapacidad porque en el fondo ambas cosas son discriminadas por no estar dentro de la norma de conductas y modelos corporales. Y justamente la novela Toda esa gran verdad nos muestra de manera inteligente, atrevida y audaz las vicisitudes de Carlo, un joven de pueblo, Belmondo se llama, que se enamora de Paolo, el vaquero que cuida establos y atiende a las vacas. La relación que Carlo va formando alrededor de este personaje llega hasta el delirio: ve su imposibilidad de alcanzar el amor porque sabe e intuye que jamás podrá tener una relación con él, pues en primera instancia el objeto de su deseo es heterosexual y en segunda vive en un pueblo que puede quemarlo vivo se si enteran de sus preferencias. Así, Belmondo es un micromundo que en realidad es el todo de una nación, una verdad oculta y visible a los ojos de cualquiera. La propia madre de Carlo vive el susto de descubrir, aunque tenemos la impresión de que siempre lo ha sabido, pero se niega a aceptarlo, de que su hijo casi casi padece una enfermedad incurable y que lo único que lo puede salvar es una mujer. No obstante, Carlo va descubriendo su naturaleza hasta que el clímax llega con el enamoramiento de Paolo. Pero Carlo ha de sacar a la luz de su razón y su conciencia una terrible verdad que lo hace traspasar los linderos de lo cotidiano: encuentra que si su amor no ha de cumplirse entonces lo podrá lograr a través de algún objeto que pertenezca a Paolo: sus botas de goma, con las que suele trabajar en el establo, entre excrementos y la ordeña de vaca.
Toda esa gran verdad es una lúcida novela que aborda un pequeño cosmos, de un modo claro, maduro y revelador. Sin embargo, en lo hondo permanece la sensación de que los personajes se quedan con emociones que resolver y asuntos que tratar, optando por el silencio de todos aunque a gritos se sepa exactamente lo que sucede. Eduardo Montagner fue parte del taller literario de Daniel Sada y podemos constatar con ello que su trabajo como difusor cultural rindió frutos con escritores jóvenes, pues el trabajo arduo se ve en cada uno de los párrafos, donde la sintaxis está bien cuidada y el ritmo permite una lectura ágil y entretenida.
Termino estas líneas con un poema de Cavafis, “Murallas”, que aglutina los miedos y la desesperación de aquellos que ocultan su verdadero ser, y que amenaza, por fortuna, con estallar en cualquier momento:
Sin Vergüenza, sin consideración y sin piedad
me han construido en torno altas, sólidas murallas.
Y ahora, heme aquí, quieto y desesperándome.
No pienso en otra cosa: este destino me devora el alma.
¡Tantas cosas tenía yo que hacer ahí fuera!
¡Cómo no me di cuenta cuando las construían!
Y sin embargo nunca oí ruidos ni voces de albañiles.
Desde el mundo exterior –y sin sentirlo– me encerraron.