Velorio Constitucional
Decía el genial poeta venezolano Andrés Eloy Blanco en un gran poema de cuyo nombre no quiero acordarme: "No hay que llorar la muerte de un viajero, hay que llorar la muerte de un camino" y pareciera que en la grave colusión de Los Tres Cochinitos nuestra Carta Magna está a punto de padecer una estocada de pronóstico reservado. Hoy, a las siete en punto de la noche, en El Colegio Nacional ubicado en la histórica calle de Donceles, en la Ciudad de México, grandes juristas acudirán a impartir los santos óleos al texto de 1917.
Los reconocidos maestros de la UNAM, Héctor Fix Zamudio, Sergio García Ramírez, Diego Valadés hablarán en el ciclo de conferencias de Aniversario del Colegio Nacional acerca de las fuentes internacionales del derecho nacional y, no hay quien lo dude, nuestra constitución tiene en sus venas mucha sangre extranjera. Es inglesa, francesa y gringa, cuando no española, sí, pero es, sobre todo, aunque les duela, mexicana por nacimiento. Sus tres artículos principales son el 3°, el 27 y el 123 constitucionales, desde luego. Y un pueblo agotado por la pobreza, la ignorancia y la desorganización se halla inerme o exangüe para defender a la propia ley que debía protegerlo. Paradojas de la perversidad.
Modificar el 27 constitucional es matar el camino de que nos hablara el poeta Andrés Eloy Blanco, a quien conocí gracias al gran periodista morelense José Cabrera Parra. Más claro: el 27 es el corazón telúrico de México. El Tercero constitucional y el 123 son su pueblo, su gente, sus niños, jóvenes y adultos. Pero el 27 es su tierra, su agua, su subsuelo, sus mares costas y ríos, sus metales y sus bosques, sus recursos naturales. El 27 es México y ese es el que Los Tres Cochinitos quieren cambiar porque los tres ya están calientitos, todos en pijama y muchos besitos les dio su mamá.
Oiremos que nos dicen los grandes constitucionalistas hoy al respecto. Para mí que faltarían Elisaur Arteaga Nava o John Ackerman u otros, pero de que con estos tres tendría más que suficiente, ni hablar. Dios, que buen vasallo si oviesse buen señor, cantaba el Cid Campeador en el verso veinte. Más allá de la ceguera y la maldad que encierra el cambio artero del artículo 27 de la Constitución para entregar los hidrocarburos, incluso más allá de la traición que nos obligará a nunca más saludar o dirigir la palabra a quienes voten a favor de esas reformas suicidas, es un error permitir que se permita que los aviesos vengan a empobrecer más a un pueblo de más de cincuenta millones de menesterosos cuando a lo único que los vamos a obligar es a caer en manos de la revuelta o de las dictaduras.
Modificar el 27 es matar la paz y la armonía social. Y no es lo mismo pobreza y opulencia conviviendo en sosiego, que en alboroto y violencia. Pero ¿qué necesidad? Diría Paquita la del Barrio. Entiendo que no conozcan al pueblo porque de él no vienen, pero saben leer y bien podrían darle una repasadita a la historia. ¿O creen que la reforma, la independencia, la revolución, la cristiada, Madera, Tlaltelolco o Yanga fueron novelas de José Revueltas? Modificar masculatoriamente el 27 constitucional no sólo es pegarle un garrotazo al avispero, al panal o al hormiguero de la raza, sino apretarle los tenates al gorila popular y regalarle una caja de cerillotes con un galón de gasolina para que empiece a incendiar todo a su paso. No está el horno para bollos ni la Magdalena para tafetanes.
En España, Portugal o en Italia, las protestas callejeras violentas hoy están en los medios. ¿Qué creen que va a pasar aquí si alborotamos más la gallera? Vea esto:
http://www.spiegel.de/international/world/0,1518,928817,00.html
La soberanía radica en el pueblo, eso no lo pueden modificar aunque quemen toda la Ley. Dijo Fernando Lasalle ¿Qué es una Constitución? Oremus.
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.