VIERNES DE COPAS
Como dijera Gil Gamés, los viernes son de tomar la copa con los amigos verdaderos. Los orígenes de esta sana costumbre deben remontarse muy atrás en la historia. Quizás de cuando los viernes no se llamaban viernes. En fin, el caso es que este viernes pasado un grupo de amigos verdaderos nos reunimos por enésima vez teniendo como pretexto el cumpleaños de uno de los miembros (no empiecen con majaderías) que arribaba felizmente, o al menos eso decía, a las sesenta y ocho primaveras. No revelaré su nombre, ni de los presentes por razones de seguridad. Tememos represalias, como dicen los valientes denunciantes radiofónicos. Como es de suponerse tal grupo no es precisamente de jóvenes. Si se tratara de cocerlos el primer hervor no les haría ni cosquillas. La crónica del onomástico será motivo de otra narración, quede testimonio solamente de que el lechoncito que reposaba en el centro de la mesa con su respectiva manzana en el hocico, fue engullido sin reparos. Mientras esto sucedía corría por la memoria colectiva la película de lo que han sido estas reuniones por más de dos décadas. A nadie se le ocurrió en su momento levantar un acta constitutiva o por lo menos un tache en un calendario que evitara que el moho del tiempo acabara borrando ese instante de nuestra memoria: el primer viernes de copas. Pero calculamos que debió ser en la segunda mitad de los ochentas… sí, del siglo pasado.
Muchos han sido los lugares que nos han abierto sus puertas desde entonces. Varios establecimientos ya inexistentes nos vieron, todavía jóvenes, llegar a excesos hoy impensables no porque no lo deseemos sino porque la maquinaria ya no da más. En los desaparecidos bares El Semáforo, Camberos, Pelícanos y Perico Marinero llegamos a reunirnos en escandalosa verbena veintitantos catarrines que iniciando las actividades de gargareo poco después de mediodía, nos sorprendía la noche con su invitación a no dejar ahí la jornada. Y claro, la fiesta continuaba adentrándonos en las tinieblas en las que el demonio nos sumergía, una vez convertidos en sus marionetas. Como toda agrupación humana, ésta ha tenido sus altibajos, momentos de auge y momentos de crisis. Decepcionados desertores dejan sus sillas que son ocupadas por nuevos militantes con la garganta seca deseosos de humedecerla a la brevedad. Uno esos alegres amigos desertores, ahora convertido al alcoholismo de anonimato –tampoco revelaré su identidad- ya bien servido se montaba en su bicicleta retando a los vehículos automotores a igualar su velocidad. De milagro no lo recogimos embarrado en una banqueta. Otros disfrutaban de crédito ilimitado en la cadena de cantinas que era como un vía crucis (vía chupis, decían con burla), para no andar con la preocupación de cargar cartera y perderla vaya usted a saber dónde.
La diversidad social siempre ha estado reflejada en este animado grupo. Los panistas son descarados y gritan a los cuatro vientos su alineación, los perredistas, ahora pejistas, se niegan a decir su nombre, pero a la menor provocación sacan los dientes del odio a los ricos y la inminencia de insurrección de las masas, los priístas son discretos, pero simpáticos, saben que son indefendibles. Sin embargo la sangre nunca ha llegado al río por razones de debates ideológicos, aunque los vapores etílicos han provocado connatos aislados de desavenencias por motivos que después dan risa por lo triviales. Ni modo, así pasa. Los rijosos acaban siendo el centro de la botana en la siguiente tertulia y no les quedan ganas de volverlo a hacer.
El tiempo ha mellado el filo de los cuchillos. Cada vez son más breves y mesuradas las reuniones. La voz difícilmente se levanta, las manos menos y aquello otro...Muchísimo menos.
Vemos con alarma, sin embargo, que no hemos fomentado que una nueva generación tome las riendas de esta empresa, en el sentido más amplio del término, desde luego. Los que se han ido y los que llegan pertenecen a un rango de antigüedad muy similar. Si fuéramos una especie animal se diría que existe el peligro inminente de extinción. Pero nunca permitiremos, y eso se ha jurado con sangre, que el grupo se convierta en un inofensivo club de bebedores de tecitos o café con leche, jugando a la lotería. Sería la muerte en vida.
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arturo meza