¿Y POR QUÉ HAY TANTO COCHE AQUÍ SEÑOR?
J.M. Agúndez E. (tomado de El palabrero. Obra inédita del autor)
No hay día, hora, minuto en que no atropellen, derriben, lastimen, quiebren, encamen, maten, sumerjan en la invalidez o en la inmovilidad total.
¡Aquí y allá señora!, los coches están por doquier; invasión creciente, avasallante y ruidosa. Autopistas, carreteras, ciudades y pueblos, viven asediados por ellos. En las megaciudades es avalancha que ruge día y noche; aturde, desquicia, tensa.
En complicidad con el ambulantaje invaden también nuestras banquetas, con todo y las áreas reservadas para discapacitados. Al infeliz peatón se le repliega a una estrecha vía, se le forza a roces, empujones, magullos y trompicones. Lo peor es que estos furgones embisten al menor descuido; no hay día, hora, minuto en que no atropellen, derriben, lastimen, quiebren, encamen, maten, sumerjan en la invalidez o en la inmovilidad total.
Pero ¡oh coche!, por ser imagen rutilante de progreso y modernidad se le ha declarado bien material, imprescindible y necesario. ¡Pero qué va!, necesidad es respirar, comer, miccionar. Pero bueno, tampoco hay que cerrar los ojos a la realidad, porque si nuestro estilo de vida y sus consecuentes exigencias económicas obligan a la administración del tiempo, el auto, está claro, lo aficientiza con creces.
Pero con frecuencia hay situaciones en lo que, incluso en auto resulta imposible ahorrar tiempo, cada vez ¡uf! hay más plantones, marchas, embotellamientos, hacinamientos, atoramientos, apendejamientos, cierre de vías, etc. etc., aun así, devorar distancias se ha vuelto en el fin nuestro de cada día, pero también en desafío, y ¡oh! ¡Ups! ¡ay!, cuántas veces, ¡tragedia!
No quiero dejar de mencionar son esos horripilantes hoyancos que llamamos baches, y que se multiplican ¡uf!, como minas por nuestro trayecto, o acechan incluso bajo las aguas, ¿profundidad? ¡Te lo revelará la caída! ¡Gulp!
Los semáforos también juegan en contra. Los hay desde los burorocratizados hasta los perfectamente inútiles, los pesimamente coordinados o los tristemente inservibles… la desesperación se come las uñas o se pinta las pestañas, habla por celular…o viola el reglamento, ¡órale!
A pesar de ello; y a diferencia de un transporte colectivo, que obvio no se sujeta a necesidades particulares; y otras tantas veces ni siquiera a las comunes; un vehículo se vuelve nuestro aliado. Disponemos de él cuando se nos pega la gana, pero sobre todo para recorrer largas distancias, vacacionar en familia o maleconear con los cuates, o perfectamente solo.
El precio viene junto con pegado: coches por todos lados; aquí y allá; en marcha, en exhibición, estacionados, o abandonados y desmantelados; presas de polvo y herrumbre y en pleno descuajeringamiento.
En fin nuestra existencia diaria se ve invadida por estas máquinas con su parafernalia de velocidad y ruido. Por nuestra condición de peatones, nos exponemos a ser embestidos al menor parpadeo, con resultados que pueden ser letales o al menos incómodos y frustrantes.
La única solución por el momento, es hacerse de un auto propio, para al menos defendernos con semejantes arma.
Al fin el mal ya está hecho… ¿o no señora mía?