Y seguimos pidiendo la palabra: MI QUERIDO JAIME:
Mi querido Jaime:
Esta semana, mientras recorría el mundo a través de mi computadora, publicaron –una vez más - la leyenda que sobre ti circula desde hace algunos años.
Me cuentan bocas expertas que te moriste, aseguran que fue en Marzo del noventa y nueve y que diste una gran batalla al Príncipe Cáncer, Señor de los pulmones, tumor instalado en tu cerebro.
Que te moriste todo, todo tu, que te enterraron… y que, desde entonces, año tras año se organizan homenajes en tu honor y colocan tu nombre en cartelera en el canal 11 de mi televisor.
Los escucho y en silencio pienso que ellos no saben que vives el 14 de febrero cuando no encuentro más palabras para mi hombre que reconocer que lo quiero a las 10 de la mañana y que nadie podría quererlo menos que yo.
Después de todo, los que hablan de tu muerte, tampoco tienen porqué saber que conociste a mi tía, que la nombraste Chofi y que la sabías virgen definitiva, que yo también quedé en penumbras cuando murió mi alma por primera vez y que a mi madre también la llamaban Luz… mi eterna, diáfana, Bertha Luz.
Ignoran en los noticieros, que al llegar la noche, de vez en cuando, me susurras al oído paciente, dulce, canoso y me cuentas que no estoy sola, que no soy la única loca que se preocupa porque no puedo salvar al amor.
Con tus palabras transparentes y cotidianas, me humanizas Jaime, me muestras inteligentemente mi fragilidad, me permites llorar con la palabra excusado, y estoy cierta que te conmueves con la impotencia de éste espíritu que sonríe ante el amor y la incontrolable vida.
¡Qué no insistan! ¡Qué no me digan más que moriste! ¡Qué necedad infame! ¿Qué saben de la muerte? ¿Acaso han desgarrado su alma tres veces, mil veces, setenta veces siete?
¿Qué acaso no saben que el alma de un escritor no se va del todo? Cómo irse, si sus pensamientos quedan atrapados entre la tinta y el papel y su corazón late bajito, susurro tenue y contundente.
No entienden Jaime, que me observas con tu mirada arrugada, el cigarro en la mano y tus canas, ubicado frente a tu máquina de escribir: desde ahí, eres mi padre agonizante y mi corazón mutilado en perfecta comunión.
Dicen, los que saben, que considerabas como tu mejor creación “algo sobre la muerte del Mayor Sabines” paradójicamente, maldices a quien considere este escrito como una poesía.
… Sigue el mundo su paso, rueda el tiempo
y van y vienen máscaras.
Amanece el dolor un día tras otro,
nos rodeamos de amigos y fantasmas,
parece a veces que un alambre estira
la sangre, que una flor estalla,
que el corazón da frutas, y el cansancio canta.
Despierto… estoy aquí… levanto mi plegaria:
Descansen en Paz… Jaime, Felipe y mi espíritu agotado.
Luz California Ojeda Aguilar
Marzo del 2014