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Y seguimos pidiendo la palabra: DE LOS DIÁLOGOS DEL ORTRO IX y X

Escrito por Ramón Cuéllar Márquez en Jueves, 13 Abril 2023. Publicado en Literatura, Política

9

 

Polo llegó a la oficina sonriéndole a todos. Cirse lo recibió con un sobre blanco. El mensaje no era muy diferente de los otros: mismo color, misma letra, con una variante: daba una fecha. “El viernes; qué torpe, no dice dónde ni a qué hora… Cuando menos ahora firma con una D.” Se sentó en el sillón para llamar por teléfono a Cirse; escogió preguntarle de frente.

—Oiga, ¿quién lo trajo?

—Lo encontré en mi escritorio… Como tenía su nombre…

—¿Segura?

Polo la miró fijamente para descubrir un gesto que la delatara; lo que encontró fue un rostro inalterable.

—En serio, quién sabe de dónde viene.

—Tal como el del otro día. Bien, gracias; mismo escenario —suspiró resignado, yéndose a su lugar.

Cirse lo alcanzó a medio camino.

—Oiga, por cierto, Federico quiere verlo en este momento.

—Correcto, ahora voy —suspiró resignado.

Polo tocó con los nudillos suavemente, empujando la puerta.

—Pase, quiero pedirle un par de favores —indicó Federico.

—Dígame.

—Para empezar quiero que cuide más los discursos de consejo, se han caldeado los ánimos. Nos protegeremos con diplomacia.

—No comprendo.

—¿Qué cosa? —tanteó Federico, agreste.

—¿Por qué suavizar nuestras palabras cuando ellos atacan sin miramientos?

—Usted trabaja para mí, no haga preguntas tontas.

—Se supone que cuestionamos sus acciones —recalcó Polo, envalentonado.

—Mire, sólo haga lo que digo, el resto se lo comunico después. Deje los idealismos románticos; usted mismo me lo ha dicho con esas palabras. Sea práctico… Es todo, que tenga buen día.

Polo cerró la boca, mirando a Federico: ¿qué le pasaba a este hombre?, ¿se volvía loco o simplemente era más cínico que de costumbre? Giró sobre sus talones para salir. Cirse hizo un gesto de interrogación para saber qué le ocurría, pero Polo terminó encerrándose.

Una vez dentro, dejó caer lo que traía, maldiciendo. Sacó del cajón el resto de los sobres blancos. Colocó las hojas en el escritorio para analizar la letra. Eran exactamente iguales, pertenecían a la misma persona, eso era seguro. ¿Qué quería decir D? ¿Rocío estaría llegando a casa? Sí eran iguales, pero no entendía, ni  cuándo ni cómo ni para qué. En verdad esperaba que ya no siguiera moviendo libros. “Ay, Rocío. Pensé que conocía a Federico, parecía buena cosa… Cirse tanto que lo defiende… ¿qué hago aquí?, ¿para qué me quiere este fulano?” Juntó las hojas, regresándolas a sus sobres. Abrió el cajón, lanzando los papeles con desdén, hastiado. “Mi jefe terminará por confundirme… Más si Rocío insiste en que me roba tiempo.” Se levantó, dirigiéndose decidido a la puerta.

—¿Quién trae esos sobres?, dígamelo de una buena vez.

—¡No sé!

—¿Me lo jura?

—Se lo prometo —contestó ella, sonriendo amablemente.

—Bien, si sabe algo, por favor, hágamelo saber.

—Usted puede contar conmigo.

—Lo sé, Cirse, aunque suene a Mario Benedetti; espero descubrir qué sucede.

—Pues si me contara…

—Mejor lo dejamos, no me gustaría involucrar a nadie.

—¿Involucrarme en qué?

—Es un decir.

Regresó a su cubículo. Rocío ya debía estar en casa.

Rocío gritó algo sobre la comida; Polo contestó que no tardaba. Entró a la habitación encendiendo la computadora. Jano estaba ahí.

—¿Qué hay?, ahora tardas en entrar por estos lares.

—He estado ocupado. Hay mucho movimiento.

—Por las elecciones, obvio.

—Sí, por eso… Como que hay más… No sé… La gente anda alborotada… Además, mi jefe está raro…

—¿Por qué lo dices?

—Me pidió que hiciera ciertas cosas con las que no concuerdo… Me rompe el esquema…

—¿Qué pasó?

—Se metió en algo… No sé exactamente qué…

—¿Sospechas?

—No me atrevería a afirmarlo…

—Entonces relájate… Haz lo que tienes que hacer… El resto es imaginería.

—Jano, es algo más que eso… algo difícil de explicar… Además me continúan llegando mensajes… Se supone que mañana veré a la persona que los manda, que por cierto firma como D.

—¿Como D?, ¿así nomás?

—Sí… Iré sólo porque me intriga.

—No vaya a ser una trampa.

—¿A mí?, para nada… Sólo soy un empleado… Ni que fuera tan importante… Sería paranoia.

—Quién sabe, cosas veredes, Sancho, como dijo Don Quijote… si no, ¿por qué te busca a ti?...

—Mira, mejor te cuento que el embarazo va viento en popa… Aunque nos sentimos felices, hay agarrones por el nombre.

—¿Tú cuál escogiste?

—Si es mujer, Mariana… como el personaje de José Emilio Pacheco… en Las batallas en el desierto.

—¡Qué cosas tiene la vida, Mariana!

—También por esa canción.

—¿Y ella?

—Alma… Dice que le gusta cómo suena… Representa lo que somos por dentro.

—Gran asunto eso de tener hijos… Cuando menos hay un acuerdo.

—Te voy a dejar… Nos vemos…

—Bien… Espera… ¿Cuándo son las elecciones?

—Dentro de trece días.

—Avísame… Cualquier cosa…

—Claro… Jano, oye… ¿votarás por allá?

—En la embajada.

—Bueno, hasta luego.

—Aguarda… dejamos una plática pendiente.

—¿Ah sí?

—El asunto de los mensajes extraños.

—Ya no quiero hablar más de eso.

—Me pareció que evadiste el tema con lo del embarazo.

—¿Crees?

—Sí.

—La verdad, prefiero pensar en otra cosa.

—Te entiendo… Sólo tuve la impresión de que te ibas por la tangente.

—Quizá tengas razón…

—Y eso que dijiste que no era una trampa… que mi comentario era paranoico.

—Está bien, lo confieso, siento que todo el día me observan… si hago bien las cosas, mal… si las hago mal, peor… Cada acción se relaciona con el trabajo… Las veinticuatro horas soy empleado de Federico… A veces me levanta a las tres de la mañana a que le compre algo para la gripa.

—Con razón tu mujer piensa lo que piensa.

—Federico perdió la medida… trabajar con él es como ser su sirviente.

—Se supone que eres asesor.

—Se supone…

—Te vas a enfermar.

—¿Qué debo hacer?

—Relajarte… Síguele la corriente… Eso es lo que todos quieren… que los hagas sentir importantes.

—Me voy a comer.

—Dime una última…

—¿Qué cosa?

—Sabes algo de Jacobo Mazuk?

—No, para nada… ni sus luces.

 

 

10

 

Era viernes por fin. Polo se levantó temprano porque su cita ahora sí tenía hora y lugar. A pesar del miedo de que adivinaran que se vería con alguien clandestinamente, avisó a Cirse que llegaría tarde. La ciudad lo recibió con el estrépito de cláxones, acompañado del sabor a fósiles de gasolina. El parque donde lo había citado D no quedaba lejos; lo encontró desértico, con un par de personas haciendo ejercicios. El hombre escogió ese lugar porque quería verlo donde hubiera gente al aire libre. “Más bien contaminado”, agregó cuando leyó la hoja.

Se sentó en la banca sugerida. El último sobre lo habían dejado en su casa por debajo de la puerta. Rocío ya no preguntó sobre el contenido porque intuyó que necesitaba privacidad. “Al menos lo reconoce”, suspiró. Esperó unos minutos hasta que surgió entre los ramajes una figura no muy alta, envuelta en una gabardina, de lentes oscuros, grandes, con una barba cerrada cubriéndole el rostro.

—Buenos días —saludó con voz grave.

Polo cerró la boca por el estupor. Se veía cómica la escena: jamás le cruzó por la cabeza que alguien se disfrazara como en las películas con tan poca imaginación. También pensó en la parodia que escribiera Rafael Bernal en El complot mongol, donde se desenmaraña una conjura internacional; no obstante, este hombre no era Filiberto García, el personaje de dicha conspiración; así que, dadas las circunstancias, tuvo que asumir el asunto como algo grave a pesar de lo que estaba observando.

—Lo que contaré no se difundirá por ninguna causa, propia o ajena —dijo en tono enigmático.

—Me asusta —repuso, pensando que tal vez se trataba de alguien inexperto.

—No me interrumpa. Sólo escuche. Ya habrá notado que su jefe no es de fiar. Ha saboteado nuestras actividades en el consejo. No intente descifrar quién soy, como le dije, para usted sólo seré D; así nos conviene a los dos. Descubrimos que ese hombre intentará cambiar el sentido de nuestros votos a favor del otro candidato. Necesitamos su ayuda; como es la persona más cercana a él, queremos que nos facilite información.

—Espere —atajó Polo, ya convencido de que se trataba de algo espinoso—, un momento, ¿cómo está tan seguro de que aceptaré?

—Porque su jefe nos traicionó a todos. Seré franco: la gente del otro candidato nos contactó para ofrecerle dinero al equipo de campaña del nuestro. Mucho. Eso nos puso en alerta. Incluso nos invitaron a la reunión con ex guerrilleros del Centro del Mundo a principios de abril. Estuve ahí; escuché el operativo que realizarán. Será un tiempo oscuro.

—No me diga.

—No se burle, lo digo en serio. Va de por medio su vida y la mía.

—Me quiere asustar.

—¿Qué gano?, ¿jugarle una broma?

Polo guardó silencio. La voz del hombre logró sacarle el temor indeseable. Ansió que no lo metiera en problemas, que lo dejara en paz.

—Esta gente nunca se anda por las ramas, juegan rudo, están dispuestos a cualquier cosa —agregó el hombre.

—¿Lo dice tan fríamente?

—Se lo cuento para que sepa a qué atenerse.

—¿Así cree que me animaré, con tamaña referencia?

—Sólo colabore con nosotros.

—Se ve turbio el asunto.

—Piénselo de este modo: yo estoy cansado de que otros ganen por mí.

—Ajá, quiere que yo sea un ganador.

—Sin ironías. El asunto es que necesitamos aliados aun dentro de nuestras filas. Hay riesgos, pero al final habrá beneficios.

—Nunca entro a este tipo de cosas.

—Siempre hay una primera vez.

—Pues esa primera vez resultaría fatal.

—Todo parecerá un asunto del grupo; ante la opinión pública Federico continúa siendo gente nuestra.

—Sin embargo, me cuenta lo contrario.

—Él no sabe que nosotros sabemos.

—¿Está seguro?

—Por supuesto. ¿Acepta?

Polo no respondió durante unos segundos; deseaba huir. El hombre lo miró desde sus enormes cristales oscuros.

—Está bien, lo haré —murmuró.

 

 

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