Y seguimos pidiendo la palabra: EL DÍA DE SUERTE
Hace unos días salí a caminar. No sabía a dónde me dirigía o porqué lo hacía, solo seguía la hojarasca que bailaba al ritmo del viento. Tal vez quería despejar mi mente de aquellos problemas que acontecen en mi vida cotidiana, o quizá encontrar respuesta a esos arduos debates filosóficos con el techo de mi habitación durante mis noches de insomnio.
A pesar de haber caminado durante diez largos minutos, mi mente todavía estaba llena de enigmas. Eran ese tipo de cuestiones a las cuales nunca se presta mucha atención y no se piensan cuando se trata de vivir de una manera recta: ¿Y si el vecino es un asesino?... ¿Y si hiciera algo más productivo con mi tiempo libre? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿De dónde venimos?
Sin darme cuenta, mientras mi mente volaba sentada en la nube de las respuestas, llegué a aquel crucero en que cada mañana el bus hacía una de sus cotidianas pausas para subir a la aglomeración de sujetos que no entienden el significado de la oración “Está lleno”. Nunca había visitado a pie ese lugar, sólo me bastaba con verlo desde arriba del bus y tomarlo como punto de referencia para pensar que otro agobiante día de trabajo había terminado y estaba cerca de llegar a casa.
Mi cuerpo comenzó a sentir la necesidad de regresar a casa, y la flatulencia del Ford estacionado frente a mí fue la gota que derramó el vaso. Decidido a emprender mi travesía de regreso, me di media vuelta y comencé a caminar. Me bastó con recordar las palabras que mi madre me dijo cuándo chico “No vivas preguntándote por que todo lo que pasa a tu alrededor, porque probablemente mueras frustrado y no encuentres la respuesta a todo”.
No pude tan siquiera dar cinco pasos cuando sentí que la mano de un individuo estaba tocando mi espalda, en aquella reacción repentina pensé en un robo y me volteé asustado. Resultó ser un pequeño que ofrecía con un humilde gesto chocolates, cargaba con ambas manos su caja de golosinas, las cual estaba llena. Cuando lo miré sentí mucho pesar. Con esa intención que se siente al tratar de ayudar a una persona; saqué mi billetera, me aventuré dentro de ella y conseguí pescar un billete de $200. Le intercambié el billete por toda la caja de chocolates. Ese día aprendí la lección:
“Siempre habrá una esperanza y una ocasión única para meter un billete falso”.