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Y seguimos pidiendo la palabra: EL VUELO DE DON CARMELO

Escrito por Leonardo Cruz Parcero en Domingo, 06 Agosto 2023. Publicado en Literatura, Poesía, Y Seguimos Pidiendo la Palabra

Don Carmelo Águila nos había dicho a todos que sería su último vuelo. Dispersó como un puño de buena semilla sus  palabras por el pueblo. Queríamos tanto verlo en su  última danza que la plaza bullía como una zumbante colmena bajo el sol. Hace tanto nada sucedía en el corazón del  pueblo. Hasta su danza la habíamos dejado de ver por tanta ceniza que viene de la costumbre. El suelo de cemento pulido devolvía al cielo el  brillo de un escudo. La única  batalla era la de las llamas mínimas de la luz contra ellas  mismas, que se tejían furiosamente en el manto  caliente del medio día. Era la surada  envolviéndonos como una  cobija caliente de la furia. Sudorosos cuerpos como vencidos tallos para mirar su último vuelo mayor. Don

 Carmelo era breve como un arbusto delgado y de fresco verdor era su risa. De lejos era breve. Si lo tenías junto parecía que hasta oías como  respira una montaña. Son cosas que puedes mirar solo  cerrando los ojos, porque  cómo iba a caber una montaña en un arbusto delgado al que tanto se le parecía. Tras muchos vuelos pequeños,  amarrada rama en sus  primeras alas, desatándose desprendido fruto del gran árbol que nos da la vida, le  tocó tomar el  trono del vuelo mayor. Y  danzaba como nadie se  recuerde que lo hubo hecho,  sostenido solamente por el  vuelo de su danza que invitaba al gozo, que pareciera a muchos un sol en el horizonte equilibrista, una palabra de Dios a punto de ser nombrada en el filo de los  labios rojos de la lejanía. Por eso podemos decir que parecía un breve arbusto de verde sonrisa o una montaña respirando desde su altura de  nieve inconmovible. Solo las nubes lo alcanzaron y le dijeron cosas que no sabremos los de  abajo. Así eran aquellas  plumas agitadas de su vuelo  que tuve la gracia de conocer.  Por última vez lo veríamos sostenido en lo alto del poste ceremonial desatando los listones de los pequeños  voladores con el tañido de  inapresable colibrí que era su  flauta atravesada por una  música que de dónde pudo  haber venido. Dijo algún día  que  afináramos nuestra flauta de caña rústica, sencilla, para que viniera a sonar en  nosotros la música de Dios.  Nunca supimos cómo se hacían estas extrañas cosas  que a  veces nos pedía como exigiendo. Luego lo veríamos en su hamaca haciendo caras de diablo, desatando risas, para  dar a sus nietos una mezcla confusa de miedo profundo y de alegría. Los más pequeños soltarían las nubes cargadas  del llanto que se parece a una lluvia que ensombrece el paisaje y lo oculta y luego se desata y todo es más hermoso tras la lluvia y tiene  otra luz y otro brillo. Pero ahora estaba sostenido en su  danza altiva, como tal vez sería  la estrella de Belem que en  alto cielo a todos les regalaba rumbo. Era como mirar un gran sol que giraba y desataba listones, y esa  maravilla venía desde lo alto hasta nosotros que  mirábamos desde la plaza de nuestro pueblo de polvo. Estaba sostenido en lo alto, como  lejos de los cansados días de siempre, de la fatiga de todos, de nuestro refugio de cueva  húmeda y fría donde el trago nos daba un sitio a todos  y era una casa grande. Los  cristos de camisa blanca,  volteados y sin clavos, frutos  ebrios, ya venían cerca. Era  tiempo bueno para los  güeros que les toman retratos girando y cerca de nosotros.

 Don Carmelo seguía clavado en el poste de su  altura. Comenzaron los  aplausos como una hojarasca  rota,  removida. Vi con mis ojos  puestos en otro lado el derrumbe de una sombra.

 Cómo vino a darse su caída si estaba  atado a la altura más que los  encordados. En nada se  descompuso y parecía más que bajaba por voluntad su  vuelo. Yo le vi una sonrisa y en el último pedazo del aire que lo separaba del suelo de cemento pulido, lo vi que  danzaba en el aire y caía con cálculo preciso, como un  pájaro que sabe posarse y va

 Tan  fácil del vuelo a la rama desnuda. Pero vino la  quebrazón de sus huesos sin las alas que parecía que tuvo siempre.  El alto fruto que tenía miel para  todos se vino abajo y se  rajó y eso no parece aún ahora posible. Bajó con majestad hasta el polvo nuestro de la plaza y luego vino la  quebrazón. No pudo haber  caído un alto sol que danzaba.  Su eje  seguro se movió, y esto nos parece más probable, y dejó al alto poste solo y eso desatado de su música, ya no es un árbol de la vida. Y eso será un palo seco ahora, sin  memoria y sin alto sol  danzante, hasta que algún Águila sepa cómo resolverlo.  Seguro  se llevó su danza y sus listones de colores y su  sencillo sol feliz y desatado hacia algo  que está escondido bajo nuestra pobre plaza de polvo de todos los días. Tal vez todavía están esas sombras desconocidas que nos dicen los últimos viejos que a veces  llaman. Tal vez, desde ese palacio de piedras negras,  alguien lo llamaba a combate por envidia. Por eso los que lo  vimos caer lo vimos danzando  en su caída sin  descomponerse. Él nos había  dicho ya que este sería su último vuelo.

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