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Y seguimos pidiendo la palabra: HISTORIA MISTERIOSA Y CON FINAL PENDIENTE, PERO PROMETIDO

Escrito por Lucas Sin Chaveta en Sábado, 03 Mayo 2014. Publicado en Literatura

Parte 7: “El último tramo de la montaña rusa”

 

 

            Al dejar  atrás la batalla, intuyó presencias generando ondulaciones en la oscuridad. Se sintió perseguido, eran dos, iban lento; guardaban la distancia con cautela. Su rostro impactó con algo y dejó de pensar en eso. Cayó en la cuenta que tenía los ojos cerrados. Cuando los abrió, descubrió que era el final, una puerta de acero cerraba el paso, además, chocó con el guardia que la protegía.

            No era cualquier guardia, no pudo evitar reconocerlo: su culo bonito distrajo a las enfermeras. La puerta estaba rotulada: “Núcleo”; supo quienes se hallaban del otro lado. Tenía que llegar, conocía la manera. No le agradeció, no buscó su expresión, no emitió sonido. Encajó el dardo en el cachete del guardia; cuando intentó defenderse fue por la yugular.

            Óscar observaba las imágenes capturadas en tiempo real por las cámaras de vigilancia. A pesar de que sus gafas empañadas yacían sobre el escritorio, captó a la perfección: en cada pantalla Raúl lucía ligeramente diferente, o un poco más alto, o pequeño, o más pálido, o moreno.

            —Está aquí. No tarda en entrar —sentenció Levska.

            Las acciones no variaron: Raúl hundió el dardo. Óscar inhaló profundamente; ella no respiró. La cara amplificada del guardia apareció en todos los monitores; sus labios se movieron, no dijo nada; burbujas espesas reventaron en las comisuras. La punta  metálica apareció frente a uno de sus ojos, se metió por debajo del párpado y presionó.

            —Esto  es su culpa. Usted, imbécil, lo permitió.

            —Se resistió…Eso es algo que…Tal vez merece la libertad.

            El ojo  botó con un racimo de nervios.

            — ¡Libertad! ¿Se atreve a cuestionar al Círculo? ¿Prefiere que nuestros enemigos lo tengan?

            — Levska —su voz se quebró— ¿Qué hice?... —señaló hacia el panel de vigilancia.

            La imagen había cambiado en los monitores, un par de hombres vestidos de negro avanzaban con cuidado de no pisar los cadáveres desparramados. Uno era alto y fornido, el otro, gordo, era casi un enano.

            —Los dejó entrar. Es su culpa. Inepto. Su… piedad logró que nos infiltraran. —avanzó hacia él.

            —Perdón. Por favor.  Perdónenme.

            Repitió las últimas palabras mientras se escabullía lanzándole piezas del equipo. Terminó enredado en una maraña de cables que pendían entre dos paneles. Quiso liberarse pero Levska se abalanzó sobre él. Óscar formó un “no” con sus labios al sentir como los brazos de ella envolvían su cuerpo. Quedaron trenzados entre la red del cableado; tan juntos que logró percibir la piel helada a través de la ropa. “No”, exclamó con vehemencia, recordando cuando en la intimidad decía que sí, cuando la anatomía de la mujer, de  polímero y fibra, se abría y colapsaba obedeciendo sus deseos. Sus caras quedaron una frente a la otra; pudo ver que los ojos de Levska cambiaron, estaban muertos, completamente negros. Unos números aparecieron en donde debía estar el iris, rojos y absolutos en una inevitable progresión. Diez, nueve y hasta el cinco. Dos segundos después llegó el tres. Dos. Óscar entendió que Levska no sólo no era humana, era una bomba. La puerta se abrió, Raúl entró vociferando. “Uno” y vio a Óscar y Levska estallar en una nube roja. La onda de choque sacudió la tela de sus ropas. Sus manos se crisparon cuando un pie con las uñas pintadas  pasó volando. “Chico…”  dijo alguien detrás de él. Las computadoras estallaron soltando chispas y humo. “Chico…”, reconoció la voz sin poder ponerle rostro, el asco no le dejó pensar; olía a hule y a carne consumiéndose. Apretó sus sienes con los dedos en un intento de exprimir la pesadilla, quería que todo se borrara de una vez. Quería volver a despertar, despertar en donde fuera, pero lejos. La sangre no dejaba de caer en una tibia llovizna. “Chico…”. Presionó más al experimentar el reclamo de la náusea. Había tornillos y dientes; pedazos de hueso y bolas de alambre desparramados a sus pies. Sintió una  palmada en la espalda y dejó que  el vómito fluyera.

            —Se acabó… —dijo el agente Tool.

            —El asunto —completó Cool.

            Raúl se limpió los labios y se enderezó. Así que eran ellos, los hombres de la clínica.

            —¡Ustedes! ¡Cómo…cómo llegaron aquí?

            —Te dije que estaríamos contigo.

            —Tenemos nuestros modos.

            —Requeríamos que nos mostraras el camino.

            —Esto debe ser un sueño, uno largo

            —No. Es una guerra. La guerra no respeta fronteras. No distingue entre lo real y lo otro y…

            —Y Una mierda… ¿yo que tengo que ver con su guerra?

            — ¿En serio no lo sabes?

            Raúl dijo que no  y espero que ellos le dieran la respuesta, pero nunca llegó.

            Cool se limitó a sonreír, luego chasqueó los dedos una vez. Los oídos de Raúl zumbaron. Al segundo chasquido sufrió una súbita migraña y recordó el chip que le implantaron. Las cosas que veía se disolvieron en oleadas de fotones. Al tercero comenzaron los calambres. Todo vibraba; sintió que seguía en la montaña rusa, que el paseo no acababa. Era el traqueteo que hace que los dientes entrechoquen y que los huesos duelan. Imaginó los rieles corriendo dentro de un túnel; al final brillaba el sol; deseó sentir su calor, un solo instante de su resplandor, pero no, eso no sucedería. Cuando llegó el cuarto chasquido dejó de pensar; algo había estallado en sus vértebras cervicales. Su cabeza se desprendió haciendo giros en el aire para caer justo en las manos de Tool, quien sonrió ampliamente mientras con una caricia movía hacia un lado los cabellos que caían sobre la frente. Cool, soltó un chillido y presionó la piel con una pieza de metal al rojo vivo: “Sujeta bien tu cabeza”, dijeron al unísono entre risas, admirando la figura geométrica grabada sobre la carne muerta.

 

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