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Y seguimos pidiendo la palabra: CUANDO ME DEJARON DE IMPORTAR LOS VAMPIROS

Escrito por Erick Omisis Beltrán Orozco en Domingo, 11 Septiembre 2022. Publicado en Cuento, Literatura, Narración

A la primera mujer que vi cagando fue a la Chantal. Esa imagen me acompañaría toda mi niñez  hasta ser sustituida, en la secundaria, por un parto transmitido en la clase de prevención.

Estábamos sentados en la barda de la casa del Matones. Espiábamos a las vecinas que cuando hacía mucho calor se bañaban en calzones a manguerazos en el patio, y aunque nosotros aún no estábamos seguros de que el pito servía para otra cosa además que para mear, nos gustaba verlas. El sonido morboseaba los oídos tanto que los intentos de las chicas por llamar nuestra a tensión fueron inútiles. Decidimos caminar por la barda que divide las casa por la parte de atrás. La barda se hacía más estrecha y yo ya me había caído dos veces al darme cuenta que el sonido venia de tres casas más allá. Esa era, según las cuentas, casa de doña Ninfa.

De pronto surgió una prisa por llegar, que haciendo malabares lo conseguimos ¡No! no era el domicilio. Decepcionados decidimos bajarnos por la casa abandonada. Entonces la vimos. El mango, que nunca daba mangos, no dejaba ver lo que ya en tierra nos atropelló. Chantal descalza, mordía un calcetín mientras se sujetaba de la reja de una ventana, misma en la que subía sus pies para precipitar sus nalgas desnudas que dejaban escapar un mar oscuro que se estrellaba en el mango. Después de un silencio esperpéntico me dijo - Wey esa morra esta meando-  eso me hizo pensar que tenía un ángulo distinto al mío. No le dije nada puesto que se pegaba tallones con la mano. Yo por otro lado no estaba seguro de lo que sentía. No hicimos ruido y ella sin notarnos terminó su espectáculo limpiándose el culo con sus calcetines. Se fue.

Toda la semana estuvimos hablando de eso. Se lo contamos a todo el mundo y todos preguntaban con un interés incisivo su nombre, pero nosotros no la conocíamos. Después de algunos meses a mí ya casi no me hacía resonancia.

El sol estaba terrible encima de mí. El árbol en el que todos los días me guarecía esperando a que el matones terminar de comer se había enfermado, así que decidieron tumbarlo. Llevaba mucho tiempo derritiéndome. Toqué. Me hicieron pasar. Él estaba aún sentado en la meza con los ojos llorosos y los cachetes inflados, su papá le decía que si vomitaba, se comería el vómito. Nunca lo había visto doblegado. Su mamá se compadeció de él. Me hizo pasar a su cuarto. En cuanto llegué, noté un dibujo que estaba pegado en la pared frente a la cama. Me inquietó. Lo estuve observando sin encontrarle mucho sentido. Hasta que por fin llegó. Me dijo -!vámonos¡

Ya en el parque me dijo que no podía comer pescado. Que por eso se lo daban en la boca. Le pregunté qué era lo que estaba pegado en su pared. y me contestó que había hecho un dibujo de la chica cagando para que no se le olvidara. Entonces le encontré todo el sentido del mundo. Me perturbó. El sol ya se había metido, estábamos de nuevo en los columpios esperábamos esa hora porque era cuando los murciélagos cruzaban el parque de árbol a árbol. Nosotros creíamos que la única manera de volar era haciendo que uno de ellos bajara convirtiéndose en vampiro para mordernos y entonces transformarnos en seres alados.

Siempre corríamos en pánico. Pero esa tarde nos quedamos. Pasaron varios. Nosotros sólo nos hacíamos bolita. Cuando el Matones la vio cerca corrió, yo sin saber nada seguía hecho bolita. Le hablaba pero no contestaba. Abrí los ojos. La vi. Ella era seguida por tres batos. Se metieron al cajón de arena. Los seguí, los veía de lejos, hasta que el Crimi se dio cuenta. ̶ A ver tú pinche morro jálate, siéntate allí, pa que te hagas hombrecito.

Me sentó. Ella sin calzones se habría de piernas. Se rascaba. Todos empezaron a bombear como para orinar más lejos. Entonces yo hice lo mismo, empecé a sentir mucho calor, como algo que se iba y cada vez tenía más urgencia de que viniera. De pronto el Yuca me dijo que me fuera, pero no insistió mucho, su prisa era tal que no esperó para echarle su humanidad, ella gritó y yo perdí algo que me dejó tirado en la arena mientras me elevaba.

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Comentarios (1)

  • SimioCosmico

    SimioCosmico

    27 Julio 2016 a las 09:19 |
    De esas historias terriblemente reales: depravada y humana. Habría que ponerle sólo más cuidado a la redacción, hay algunas faltas de ortografía cuando menos.

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