AGUA LA BOCA, EL TIEMPO LÍQUIDO: UNA BOTELLA DE LICOR DE NARANJA
¿A qué sabe el tiempo? Si ponemos un poco de cuidado en descubrir su paso, podemos paladearlo en vivo y en directo, pero si eso no es suficiente -y casi nunca lo es- entonces tendremos que inventar ciertos trucos para atraparlo y bebérnoslo.
La tierra gira un poco y amanece, los rayos del sol que a esas horas son solo luz, despiertan a los pájaros y a las abejas; comienza el día, hay que polinizar un montón de flores, devorar muchos insectos, abrir incontables frutas para esparcir por ahí sus semillas.
La luz se transforma en calor y las mujeres y los hombres de los campos de la tierra inclinan sus espaldas. Aran, siembran, desyerban, cosechan.
Las semillas germinan mientras el planeta sigue rodando, yerguen su tallo, levantan la cabeza.Días y noches, semanas, meses y años para que broten los azahares en el naranjo del jardín.
Danza de abejas y colibríes, corretizas de perros y niños, suspiros de mariposas amarillas. Tardes de tareas en la mesa del comedor;sábanas blancas recién lavadas vuelan y bailan pellizcadas a los hilos del tendedero. Arrullo de grillos.Luz de luna. El naranjo observa. Paseos nocturnos de un par de gatos que suben por sus ramas y brincan a la azotea…
La flor del azahar se hace bolita, una canica verde que crece con cada vuelta de esta pelota azul que se pasea a su ritmo alrededor de una estrella que calienta cada vez más y que colorea mis naranjas como si a su vez fueran pequeños soles. El paseo no se detiene; llegan las aguas, lo mojan todo. El tiempo gotea cristalino en la punta de cada hoja.
Escampa, la luz cambia de ángulo y los cielos se limpian de nubes. Las estrellas empiezan a quedarse un rato más cada noche y cantan menos los grillos. El aire se ha puesto frío. Es hora de meter este año en una botella.
Al final del otoño recojo naranjas, paso con cuidado la hoja del cuchillo por su cuerpo brillante y me llevo delgadas tiras de su piel al fondo de una botella de ron, ése juguito de caña de azúcar que lleva ya sus años haciéndose viejo y delicioso. Antes de terminar, obsequiaré a esta feliz reunión una buena cantidad de almíbar para que su conversación seadulce y despaciosa durante todo el invierno.
Encerrado en cristal escondo nuestro tiempo de familia y de naranjas en el oscuro fondo de la alacena. Lo dejo descansar, dormir un poco, para persuadirlo a que suelte sus secretos y se decida a regalarme por las buenas su perfume de sol, de viento, de luz de doce lunas.
Para cuando el naranjo vuelva a estar en flor, celebraremos la dicha de tener para nutrirnos la vida misma, convertida en espirituoso tiempo líquido.