Y seguimos pidiendo la palabra: SOÑAR ES UN ASUNTO PANTANOSO
En lo profundo del bayú, donde el Misisipi se empantana penetrando la tierra con sus retorcidos brazos de agua, a la vuelta de algún recodo del laberinto de humedad y mosquitos, ahí donde el aire sabe a marisma y el verdor se descompone, existe el paraje con el que has soñado. Hay un muellecito y una lancha que se mece bajo la sombra de un olmo. Abunda la hierba parduzca y los hongos que se nutren con los restos de cientos de esclavos. No tienen cruces, las cruces se encuentran en otro sitio, más al fondo, tras la casona de madera que alguna vez fue señorial: últimos vestigios de un linaje perdido. Al atardecer la mole triangular recorta un halo de fuego y el espacio se llena de sombras danzantes. La casa no está completamente abandonada, si entraras podrías ver que tal como atestiguaste en tu sueño mucha gente ha pasado por aquí en tiempos recientes. Sobre la mesa de estilo victoriano hay una bandeja que acumula gran cantidad de objetos: relojes, lentes, celulares, anillos, aretes, una baraja y algunos dientes de oro. Hay montones, ¿dije montones?, montañas de ropa: franelas, pantalones de mezclilla, playeras, faldas, blusas, sostenes, calzones y tangas de hilo dental que huelen a moho y a sangre; hay fierros retorcidos y placas de auto y hasta un mofle; hay llantas y hay botellas que rompen la luz en haces enfermizos. Más allá unas escaleras apuntan hacia arriba, luego está el reloj cuyo tic-toc jamás se ha detenido; y en el suelo un rectángulo de negrura abierta que invita a bajar para encontrar el brillo de ojos suplicantes, ojos de seres que son incapaces de pisar los escalones, seres que sin lengua ni dientes son obligados a sorber el alimento. Al menos eso fue lo que invocaste justo antes de despertar con la frente empapada y las manos temblorosas, con el presentimiento de que la pesadilla te puso en vilo ante las fauces del infierno.
El paraje con el que has soñado existe en lo profundo del bayú, en la marisma en donde el Misisipi se empantana, bajo el ruido blanco del mosquito; tumba de miles de huesos encadenados, simiente de una plantación perdida y de aquella casa señorial que ha sabido soportar el hambre de los siglos. Entre las paredes existen despojos arrancados a seres desaparecidos, existe el tic-tac acuciante de un engranaje ancestral y un tiro de escalones y un sótano y otro tiro de escalones y al fondo: sólo en sueños sabrás lo que hay debajo.
Por favor no sueñes.