Y seguimos pidiendo la palabra: LOS LECTORES DE LA CIUDAD
Era una ciudad corrupta, terrible, encabronadamente nefasta. Sus habitantes; cadavéricos sujetos que deambulaban en las calles, buscando un lugar para hacer trampa, para robar, asesinar. Joder al jodido. Un grupo de artistas jóvenes, preocupados, crearon un movimiento cultural: “Poesía o muerte”, y fundaron revistas de poesía, hicieron carteles poéticos, crearon salas de lecturas. Y a ellos se le acercaron otras disciplinas literarias. Organizaron encuentros de escritores, reencuentros de lectores y un escritor llegó a la gubernatura bajo unas elecciones muy reñidas.
La ciudad cambió. Los habitantes transformaron su modo de vivir, empezaron a leer, y a leer, y a leer, y entusiasmados llegaron escritores de otras ciudades y los habitantes también leyeron a los escritores de otras ciudades y países. Se leía en una pared un grafiti: “la ola recibe a la piedra, gime la marea”; un policía se acercó a una dama y le dijo suavemente al oído: “crucemos este equilibrio, húmedo…sin red”; una señora a un vagabundo que le dio los buenos días: “tu palabra hace eco en mi caracol, onfálico”.
Y el movimiento cultural triunfó; pero, la gente leía, y leía. Y no iban a trabajar, ni a las escuelas, ni oficinas. Ocurrió un accidente enfrente del palacio municipal, un anciano que iba leyendo mientras manejaba atropelló a un niño que iba leyendo mientras caminaba. Un ladrón asaltó a una librería, una mujer no amamantó a un recién nacido por estar leyendo el poemario: Cuánto hace falta para alcanzar las estrellas; un hombre no abrió su tienda de abarrotes por leer la novela de un escritor foráneo: Lluvia en las escaleras.
La ciudad empobreció, nadie trabajaba, primero robaban para comprar libros, después se metían a las casas a robar en bibliotecas privadas. La catedral que, para esos entonces era la biblioteca central, había sido quemada en un frenesí colectivo, donde una jauría de lectores se metió a la fuerza a saquear, y como no había policías que aplicaran el orden, hubo una bacanal literaria. Se peleaban por libros, asesinaban por ellos, un fanático novelista se prendió fuego a sí mismo, corrió por los pasillos, envuelto en llamas, y hubo un gran incendio.
Los escritores, asustados, huían de la ciudad, tenían miedo de ser capturados por secuestradores, estos los raptaban para que les escribieran novelas, poesías, ensayos, para luego, copilarlos en plaquett y traficarlos en el mercado negro.
Entonces pensó el gobernador: “aprendieron a leer, les enseñamos a leer pero, no ha comprender…”
Y comenzó a maquilar un plan con sus colaboradores, un taller de comprensión de la lectura…pero era ya demasiado tarde, su gabinete había sido ejecutado por narcolectores.