Y seguimos pidiendo la palabra: (1986)
Sólo se puede pensar que son moscas que desaparecen entre las sábanas. Un carro pasa por encima de la lluvia que cae en un charco de mis manos en tu espalda; pasó apagando grillos. Ya no se oye. El serrucho de tu respiración corta a la mía uno-dos, en inspirar-expirar de noche en lo oscuro.
-¿A qué aplauden nuestros vientres?
-Yo creo que al silencio –dices riendo.
Luego, cuando la oscuridad envejece, ciento que sí es cierto; sólo tenemos silencio y oscuridad en una comedia que inicia cuando rompemos el silencio y acaba con la oscuridad. La última respiración fue una ola destrozada en un muro de huesos cubierto y sucio por la tormenta de arena del desierto de nuestras sábanas que ya espera al cielo puntual de nuestro silencio.
-¿A quién le toca buscar el cielo?
-Yo creo que al silencio –dices riendo.
Pero es una mentira. Nadie lo busca ni lo espera, al menos yo no. El cielo entra solo en tu pelo; nos dice qué es cada cosa y qué engendra a cada ruido, al menos a mí. Ahora muere la comedia; reímos que los colores aplastan a los ruidos y de que a veces los ojos sólo son estorbos redondos que no saben escuchar; de eso ríes tú también
-¿Verdad?