Y seguimos pidiendo la palabra: POR ESO, POR ESO…
Mi empleo nunca me ha dado mucho, trabajo cinco hora solamente y más de la mitad de ese tiempo lo único que hago es estar sentada detrás de un viejo mueble, mis ojos están cansados.
Hoy salí de mi trabajo, tan desesperada por hacer algo nuevo, tenía ganas de cambiar tantas cosas; comencé a conducir, tomé la carretera hacia el norte, manejé horas y horas junto a mi soledad, música a un alto volumen y las ventanas abajo para respirar libremente. Llegué a mi destino, lo único que deseaba en ese momento era disfrutar de la libertad y el hermoso atardecer que teñía el horizonte de un tono anaranjado; miré por el espejo retrovisor, escuché llantas chillar contra el pavimento y un golpe. Por eso, por eso nunca hago cosas nuevas, nunca más podré.
Estoy perdida, ¿Dónde estoy? No siento nada, estoy sobre algo pero todo lo que observo es color negro, un negro profundo; comienzo a moverme, estoy flotando; de repente, al fondo de toda esa oscuridad, se abre una puerta enorme y todo a mi alrededor se ilumina de un tranquilizante color blanco, me pongo de pie y siento un gran terror de caer al vacío pero no pasa nada. En la entrada me recibe una tierna joven con una estatura un poco mayor a la mía, piel pálida, cabello negro y muy largo que le llega hasta media espalda, sin decir una palabra, me indica que camine hacia otra puerta. Con desconfianza, entro lentamente y me encuentro con un imponente anciano, su elegancia brinda cierto miedo, con el cabello corto y teñido de un hermoso color plateado, vestido con una traje negro, él le pide a la amable muchachita que nos deje a solas y yo, extrañamente, lo agradecí; Me pidió que me sentara, teniendo solamente un preciosos escritorio de cristal entre nosotros y, con voz grave, comenzó a hablar… “Mírate”, me dijo, y me tendió un espejo de mano, me observé con gran sorpresa, había dejado de ser yo, ahora era idéntica a la linda chica que miré hace un momento. ¿Qué soy?, pregunté y, como si él no me hubiera escuchado, comenzó a decir algunas cosas… “Estás muerta pero, en tu mente, sigues siendo la misma doctora sin emociones, como `puedes haber notado, esto no es el cielo, es otro mundo, otra vida y yo tengo un trato que hacer contigo, mi hijo ha enfermado, está a punto de revivir en tu mundo. Así es”, dijo al ver mi cara interrogativa, “Al llegar aquí, cuando mueres, tienes una vida totalmente distinta y llena de cosas buenas, pero puedes revivir también, como si murieras de nuevo; el caso es que sé que tú no deseas estar aquí, tienes a una persona por la cual vivir; el trato es este: tú salvas a mi hijo y yo te devuelvo a tu mundo, si él revive, tú te quedas aquí, pero mi hijo torturará tu razón de vivir por siempre, tú eliges.” Un gran temor creció dentro de mí, “Acepto” dije rápidamente. Sin decir palabra y más que una gran sonrisa en sus labios, el anciano se levantó y me guió hasta la habitación de su hijo; Lo miré tendido y pálido, era un joven muy apuesto que definitivamente había heredado todo eso de su padre, quien nos dejó a solas, en cuanto el padre salió de la habitación, el muchacho abrió sus ojos y me dijo con voz débil “Déjame revivir, no soy como mi padre y definitivamente no torturaré a tu hija, estoy enamorado de ella, provoqué mi enfermedad para estar con ella, si me permites volver, te prometo que la amaré y la protegeré por siempre , hasta que naturalmente podamos venir a este mundo, juntos.” Con notable sorpresa, le pregunté, “¿Cómo la conoces?” “Podemos ver al otro mundo, si me dejas revivir, podrás hacerlo también, te juro que te darás cuenta si hago algo mal y no cumplo mi promesa”, me dijo; Si lo hacía, tenía la seguridad de que mi buena hija tendría una gran vida y yo tendría asegurada la mía.
Me senté a lado del muchacho, tomé sus manos y miré sus ojos. Fue la última vez que pude ver algo, que pude arrepentirme.