Y seguimos pidiendo la palabra: IGUAL
De aquella época recuerdo, llegar de aquel asqueroso lugar, sin más ánimos que cuando salía. El ambiente no ayudaba mucho, y el vocabulario de mis “iguales” solo lo hacía peor, trataba de no llevar mis pensamientos al límite, pero ellos lo hacían muy difícil, los días eran muy largos y no quería recordarlos. Usualmente no necesitaba nada más que un baño, velas e incienso para superar días así, pero esa vez era distinto, cada vez que quería olvidarme de algo, mi subconsciente lo potencializaba, con esto vi reflejado que la razón se encontraba en la boca de Freud, el subconsciente está lleno de aquello que tratas de eliminar. Ese paraíso en el que me sumergía después de mi tortura diaria, era bombardeado por todas aquellas palabras que no soportaba, lo peor era que, mis “iguales” solían tener una expresión de placer cada vez que profanaban en los más lejanos adentros el idioma, era inquietante, a tal grado que no podía reprimir mis impulsos de corregirlos, y solo entonces la expresión de su cara era compensada por mi propio ademán de superioridad efímera, asqueada en absoluto de eso, así no debían terminar mis baños nocturnos, pero en esa noche tan oscura, preferí dejarlo así, me acosté y después de mi corto insomnio, dormí 8 fugaces horas, no había existido en mi vida noche más corta que esa..
Ya con el sol en su acostumbrado sitio de las 6:30 am, salí de casa hacia el indeseable instituto, mi mente no dejaba de rondar todas esas palabras, había tenido mil pesadillas sobre mí hablando de esa forma tonta, en fin caminaba por una de las largas calles que me trasladaban al sitio en el que esperaba el autobús que era el responsable de arrastrarme sin saberlo hacia la pesadilla que vivía de lunes a viernes, mínimo 6 horas al día, y al menos 32 semanas al año, las cifras eran menos alarmantes que el ambiente creado por esas creaturas inconscientes.
Ese lugar era tan gris que me hacía tener ganas de ver a través del vidrio del autobús, el estático paisaje, me hablaba demasiado y no lograba entender mucho de lo que decía, después de varias paradas que no dejaban de acumular personas en el interior del sofocante ambiente, llegó al fin al instituto, a pesar de que no quería llegar, el viaje en autobús me pareció eterno, baje lo más rápido que pude, pero la congestión del monstruo metálico no me lo permitió sin antes variar mi equilibrio y hacerme caer. Caí sobre el pavimento duro y sucio, me parecía que ahora mi interior estaba en el suelo y la hostilidad de la superficie eran las pesadillas de las que no podía salir aún.
Tanto el conductor como los pasajeros, se desvanecieron en el pacífico y lúgubre a estas horas, ambiente de la ciudad, no sé bien cuánto tiempo estuve en ese sitio, pero cuando tuve consciencia de esto, me levanté y seguí caminando, mi “entusiasmo” se notaba en mi cara, una vez que pase por seguridad y revisaron mi mochila, recorrí los vacíos, largos y estrechos pasillos, que terminaban en la puerta de mi primera clase, tomé la perilla, la gire y empujé con delicadeza, al momento en que logré apreciar algunas de las caras de mis “iguales”, todos se paralizaron, cada vez que llego tarde parece que al entrar a la sala de clases el mundo se detiene y todos fijan sus juiciosos ojos sobre mí, sobre todo esa vez. Ya estaba acostumbrada y los efectos que al principio me abrumaban se redujeron al nivel de eliminarse, pedí autorización, la obtuve y entre a la sala, ocupé uno de los sitios del frente. Como era mi costumbre, saqué una pluma, un block y fijé mi cerebro en el expositor de matemáticas, él era una persona ya mayor y cansada, su cabello reflejaba antigüedad y sus ojos eran muy lentos como para seguir a 24 de mis “iguales” y a mí, esto era aprovechado por ellos; yo, en cambio, sufría mucho pues ésta era una de mis materias favoritas y nunca lograba tomarla de buena forma, cada día era más lento al anterior y seguía y seguía día tras día, mi único consuelo eran esas 4 personas que se encargaban de que las horas escolares fueran menos frustrantes al menos para mí.