Y seguimos pidiendo la palabra: HISTORIA MISTERIOSA Y CON FINAL PENDIENTE, PERO PROMETIDO
Parte 2: Debutantes del placer
Raúl y su hermano Miguel esperaban el transporte para ir a casa. La noche cargada de humedad pasaba lentamente. Ambos tenían las manos metidas en los bolsillos de las sudaderas, y las capuchas puestas.
Cuando una camioneta se detuvo, pusieron cara de sorpresa. Ese pesero no se parecía a ninguno que hubieran visto. Sus líneas eran curvas sensuales, sus colores calentaban la retina, sin ventanas laterales para que nadie viera su interior tapizado de rosa, además, la ruta descrita en el parabrisas no existía: colonia Éxtasis –Paraíso- Labio del cielo. La portezuela se abrió con un resoplido.
—¿Suben? —invitó la mujer que conducía, mechones de cabello dorado caían sobre su cara.
—¿Va para el Centro?
—A donde ustedes quieran. — susurró y acarició la visera de su gorra de capitán.
—Es que…
—Entonces, ciao.
—No, no, aguante… —casi gritó Miguel
Raúl tuvo un momento de duda al ver a Miguel desaparecer en el interior del vehículo; “este cabrón no se aguanta”, pensó y fue tras él.
Todo era rosa y aterciopelado, con silloncitos, reflectores y pantallas que mostraban animaciones psicodélicas. Olía a fresas. Dos chicas vestidas con uniformes blancos, medias hasta la rodilla y cofias, sostenían una maleta de lona con una cruz roja bordada.
— ¿Que hay allí?
—Es una sorpresa. Ni siquiera ellas lo saben. Es la… ¿cómo dicen?, ah sí: la guinda del pastel —dijo la conductora. Sus ojos azules asomaron desde el otro lado del asiento.
—No preguntes. La neta no me late, sabes que es peligroso…. Vámonos...
Las chicas rieron.
—¡Uta!… que paranoico me saliste. Nada más queremos hacerles un chequeo…
El énfasis puesto en la última palabra estímulo la curiosidad de Raúl. ¿Cómo sería cojerse a esas morras? Seguro eran tremendas, estaban que se caían de buenas, lo dejarían seco. Vaya iniciación, sus amigos no le iban a creer ni madre ¿y qué?, ni modo que no les contara. Tembló, no supo si era miedo o excitación. De todos modos quería salir, le pareció que algo se había roto en algún lado; su día había transcurrido como todos, había trabajado, había ido a la escuela, durmió en clase y ahora…. Cuando empezaron a tocarse entre ellas y sintió que su pene se ponía como palo de mezquite decidió dejar de hacerse preguntas.
—No tenemos dinero —habló de forma entrecortada.
—No necesitas pagar. Ya todo está arreglado. Te aseguro que no te arrepentirás… —dijo una de las chicas mientras resbalaba las yemas de los dedos por su escote.
—Pos bueno… — y arrancaron.
La música inició, marcando los cambios en la iluminación con una cadencia de percusiones tribales sintetizadas. Las enfermeras aparecían y desaparecían entre flashazos estroboscópicos. Una muy blanca y robusta, ellos la llamarían gordibuena, pero sí le daban, pensaron, “a huevo que sí”, la otra, espigada y morena, estaba buena a secas “buenísima”.
—Mi nombre es Tábata.
—Yo soy Osiris.
—Somos sus enfermeras.
Los gorritos cayeron y sus cabelleras se soltaron. La luz se derramó desde la boca hasta las tetas de silicona. Un botón fue arrancado, luego otro, uno tras otro; a Raúl le pareció que cada uno tenía su propio espacio y tiempo. Entre cada flashazo, con la caída de cada botón, algo nuevo sucedía: primero los pechos de Osiris se liberaron del sostén y pensó en que había entrado en el mundo de una película porno, donde lo único importante es babear y eyacular y chupar: ya no más puñetas, ahora era en vivo y a todo color. Luego sus largas piernas se abrieron para ofrecerle sexo. A un lado, Miguel ya se entregaba a las contracciones de la espalda baja de Tábata. No aguantó más, se bajó el pantalón y dejó que su pene erecto asomara, no necesitó hacer ningún movimiento; ella tenía el control, le bastó con empujar la pelvis para dejarlo entrar. La sensación de cálida humedad lo dejó mudo por un instante, luego, se permitió un gemido tímido; ella le hizo eco, sólo que el suyo se prolongó varios segundos. Nada importaba ya, sólo ella, la eyaculación y el éxtasis…