Y seguimos pidiendo la palabra: PARA EL JOVEN QUE SE ENAMORÓ DE ESTA ESTRELLA
Existió una vez un joven perdidamente enamorado de las estrellas. Pasaba el día entero recostado. Yacía en su cama, solo, sin vida, sin energía, sin alma, vacío por la falta de sus musas, sus amadas. Pero al llegar la noche salía y las observaba hasta que el sol llegaba y una por una se desvanecían, una por una le rompían el corazón. De nuevo, se veía condenado a la soledad, a la tristeza, a su ausencia. Esto se dio por semanas, noche tras noche, día tras día. Mirarlas no era suficiente, quería poseerlas. Así que estando al borde de la locura, de la desesperación, presa de la impotencia que sentía siendo presa del amor lo decidió. Esa noche las obtendría.
Cuando el sol daba las últimas señales de vida se encontraba escalando la más alta de las montañas en su cercanía. Para cuando alcanzó la cima la noche había caído. Sentía los ojos de sus amadas sobre él. Parado sobre el borde del empinado precipicio estiró la mano hacia el infinito mar de estrellas teniendo la esperanza de que alguna cayera en su dirección. Su mirada decidida, su corazón acelerado pero sus manos vacías. Abatido por el choque de realidad que acaba de recibir, su cuerpo se rindió y golpeo violentamente el suelo, sin embargo el dolor físico no se compara con el de un sueño destrozado o un corazón roto. Él ahora sentía los dos. Desconsolado lloró. La luna sorprendida por un llanto tan desgarrador se acercó a él.
–Preguntarte si estás bien sería una tontería, así que dime ¿Cuál es tu desgracia? – El joven alzó la mirada. –Estoy enamorado– Respondió mientras la bajaba de nuevo.
–Esa es la desgracia de todos. Yo quiero saber qué hace a tu llanto verdadero. – El joven respiró profundamente y después de sacar el aire en un resoplido exclamo –Me enamore de las estrellas–
– ¿Sabes lo que es una estrella? Es una bola de fuego que se consume en sí misma. Las estrellas son hermosas a cierta distancia, pero no puedes acercarte a ellas. Son cuerpos condenados. Son admiradas por muchos, sin embargo no se puede ver directamente a un sol, admiran la ilusión que crean, nada más.
Pero el llanto no paraba. La luna, sin poder soportar aquella escena de vulnerabilidad le dijo – Espera aquí, traeré a una, podrás hablar con ella, pero ten cuidado– Así se alejó al lugar en el que antes se encontraba y se acercó a la estrella que tenía a su derecha, mientras que ésta se acercaba al joven viéndose cada vez más grande. El joven le contó su historia y la estrella conmovida le contestó – Hay una forma de que subas con nosotras, me acercare a ti y tú debes aferrarte a mí, pero no debes abrir los ojos hasta que yo te lo diga, sentirás calor, mucho calor, tu piel se quemará pero debes soportarlo, debes deshacerte de todo aquello que te estorba. – El joven accedió.
El calor se intensificaba, al igual que la luz que se filtraba aun con los párpados cerrados. Casi podía sentirla pero, a un instante de que su piel se quemara abrió los ojos, casi contra su voluntad. La curiosidad de ver aquella muestra de perfección cerca de él lo superaba. Al instante quedo cegado. La estrella, asustada por el grito de dolor se alejó.
El joven intentó regresar a conversar con la luna o sentir el calor de las estrellas pero nunca pudo. A veces pensaba como se vería, en lo más alto de la montaña, si es que había llegado a la montaña de nuevo, gritando al sol pensando que era la luna.
Antes de lo sucedido el esperaba la noche y deseaba que fuera eterna, ahora lo era pero era una sin estrellas y siempre sería así.