Y seguimos pidiendo la palabra: ALGO RARO
Me miraba fijamente, con una mirada hipnotizante y a la misma vez aterradora. Era ahí mi segunda noche, en esa habitación fría, entre barrotes oxidados y gente desconocida. No podía recordar mucho. Mi entonces compañero de habitación se puso de pie y camino hacia mí. Se sentó a un lado mío y preguntó: ¿Y tú qué hiciste? Vamos dime, ¿por qué estás aquí?... ¿Por qué estoy aquí?... No lo sé, recuerdo algo, muy poco diría yo, pero ahí va.
Era un día lluvioso como muchos, hacía frío sí, pero no tanto. Deambulaba por la calle, sin abrigo, ni paraguas, toda la gente lo hacía. Empecé a notar que algunos transeúntes me miraban raro, una mujer; algo rubia y de buen ver, salió corriendo al cruzarse conmigo en la intersección de la calle.
Llegue a la avenida, autos pasaban y autos venían, uno que otro camión también. Un sujeto, vestido extrañamente, me hacía señas del otro lado, le era imposible cruzar. Ese sujeto parecía gritar algo con desesperación. Seguí caminando, la gente salía corriendo como si hubiesen visto al mismísimo demonio desnudo.
En mi travesía encontré a un vagabundo; viejo, muy sucio y de vello facial prominente. Estaba en el suelo, con él esta vez la reacción hacia mí fue distinta, se estaba riendo. No era una risa cualquiera, o casual, no. Se estaba muriendo a carcajadas, podía escucharlo ahogarse, hasta derramo la botella de aguardiente que sostenía con ambas manos. Pensé seria por mi peinado, me escupí en la palma de mi mano y me lo acomode. Después seguí arrastrando el cadáver.