Y seguimos pidiendo la palabra: FUERON SOLES ESPLENDENTES
Para que entiendas
las sucesiones de mi corazón
oscuro,
tú que desprendiste racimos a
tu antojo
cuando era para nosotros
esa preciada luz de soles
esplendentes,
llevas ahora el nombre y te
envuelve el manto
de la muerta,
la del rostro pálido, leproso,
purulento.
Y tengo que enterrarte pronto
porque si te guardara a mi lado
algo comenzaría a oler muy
mal.
Me he tardado en saberlo:
como un adormecido muelle
que ilumina el alba
cuando se han ido de
madrugada,
una a una,
todas las barcas.
He golpeado los tablones de
mi choza
sin conmover o siquiera
rajar la madera silenciosa.
Vino una negra nube, enorme
a cubrir el abierto cielo de tanta
luz
con sus orillas parecidas
a un manto mísero, andrajoso,
con el ansia del menesteroso
sobre un pan
endurecido que sueña podría
saciarle.
Solo me puse serio y sombrío
y hasta mi llanto se detuvo
mientras un puño tenso,
cerrado,
oprimía y casi tronchaba
el tallo frágil de mi garganta.
Vendrán otros soles
y nuevos racimos, húmedos,
recientes,
a este jardín ahora devastado.
Pero sepultemos a la muerta
ya,
a la del rostro pálido, leproso,
purulento.
Aunque sabemos nos seguirá
Habitando
secretamente su memoria
como un guijarro caído
en el fondo del río
de nuestros silencios.