Y seguimos pidiendo la palabra: LA MALDICIÓN DE PRISILA
Había llegado el día en que mi esposo Santiago y yo escogeríamos una bonita casa para que pudiéramos formar nuestra familia sin la constante intervención de mis padres, pues desde que nos casamos hemos vivido en la misma casa que ellos y la verdad es que es muy incomodo, así que decidimos mudarnos, para esto acudimos a una inmobiliaria que nos llevaría a ver las casas más antiguas y hermosas de la ciudad.
Era un día nublado y como de costumbre las personas se encontraban echando la siesta de las 6:00 p.m, así que la ciudad se veía desierta. Íbamos de camino a la casa que veríamos en primer lugar cuando las nubes empezaron a amontonarse, se avecinaba una tormenta y por un momento temí que no pudiéramos ver las otras casas. El lugar al que nos dirigíamos estaba apartado de la ciudad y eso me disgustó un poco.
Al llegar pude ver un jardín gigantesco y hermoso en el cual mis futuros hijos podrían jugar libremente. La casa se veía un poco horripilante, oscura, pero creí que se debía al mal tiempo, así que descarté la idea para estar más tranquila. Justo cuando cruzamos la puerta, un rayo iluminó toda la casa y juro que pude ver a una mujer parada al final de las escaleras, estaba vestida de negro y me miraba con mucho odio, “¡Ay Dios mío!” pensé, pero la mujer había desaparecido casi al instante, parecía que yo estaba alucinando.
La agente de ventas Sara, nos guió a la sala de estar, la cual era mus espaciosa, perfecta para recibir a mis invitados, ella nos dijo que la casa estaba en perfecto estado a pesar de tener tantos años, pero cuando pregunté por la familia que había vivido ahí originalmente no quiso contestarme y cambió de tema repentinamente, “¿Qué le pasa?” pensé y Santiago me miró como si el pensara lo mismo, entonces notamos que Sara se encontraba a mitad de las escaleras, petrificada, “¡Sara!, ¡Señorita!” le dijimos y ella salió de su trance repentinamente disculpándose por estar tan distraída, “Está bien” le contestamos, pero parecía no escuchar lo que decíamos.
“Esto está muy raro” le susurré a Santiago y él solo dijo “Lo sé, pero pronto nos iremos”, entonces llegó el momento de subir las escalera, aún no llegábamos al final cuando sentí que me faltaba aire para respirar, como si alguien se estuviera robando mi oxígeno, Santiago me tomó de la cintura llevándome a la primera habitación del piso de arriba y me sentó en la cama, entonces oí un susurro muy cerca que decía “Esta es mi cama”, “¡¿Qué fue eso?!” grité, pero al parecer sólo yo lo había escuchado, “¡Santiago! Quiero irme, no puedo estar aquí ni un minuto más” dije y cuando tratamos de salir de la habitación Sara estaba bloqueando la salida así que grité diciendo “¡Sara, apártate o no compraré ninguna de tus casas!”, a lo que ella respondió riéndose como desquiciada y dijo “¡Tonta!, ¿Acaso eres ciega? Sara ya no está aquí, me llamo Prisila y ésta es mi casa, ¡MIA!”, la mujer se abalanzó hacia mí y jaló de mi pelo arrastrándome a otra habitación, traté de liberarme pero no pude, entonces vi que en las paredes se hallaban dibujos satánicos “Esto es una pesadilla” pensé y ella soltó mi cabello, miré hacia todas partes y Santiago no estaba, en el piso había un circulo de velas que me rodeaban, traté de moverme, pero parecía estar atada, “¡Qué rayos!” grité y caí en la cuenta de que mi voz parecía un susurro, nadie más podía escucharme salvo Prisila, que se encontraba leyendo en voz alta un libro “¡Entrégame el cuerpo de esta mujer para que yo pueda vivir!” decía y sentí como poco a poco mi alma iba abandonando mi cuerpo, esa maldita bruja se quería quedar con mi cuerpo.
Abrí los ojos, me encontraba en la misma habitación sólo que la otra mujer ya se había ido, bajé las escaleras corriendo y ahí estaba yo, de la mano con Santiago, a punto de salir por la puerta para no volver jamás, el único problema era que esa mujer no era yo, “¡Santiago!, ¡mi vida, aquí estoy!”, dije pero parecía no escucharme, entonces ella volteó, me sonrió maliciosamente y salió de la casa con él, traté de seguirlos pero había una barrera invisible que me impedía salir de la casa, “Ahora eres una de nosotras” oí detrás de mí, cuando volteé había un par de mujeres con apariencia demacrada que me miraban con tristeza, “Ella volverá dentro de muchos años y de nuevo esperará a una mujer bonita para poseer su cuerpo, tú quedarás atada a esta casa para siempre, igual que nosotras”, dijeron al unísono y empezaron a llorar desesperadamente.