Y seguimos pidiendo la palabra: LOS RONQUIDOS DE MI PAPÁ
Los ronquidos de mi papá son un rugir de tripas. Qué apetito lo mantiene sibila. Qué hambre de astros, de tierra, de arena. Nueva York es un misterio, cabe el mundo en su bolsillo. Nueva York es la alcancía del mundo. Mi papá roe a Nueva York en su sueño. Se lo pasa por la garganta reseca con un poco de saliva. Digiere sus calles y el metro poblado de enjambres. En este diminuto cuarto de hotel yo soy el padre que vela, no te comas el metro que te vas a llenar de lombrices y luego te truje la ripa. Pero en el sueño mi papá aparece como un Gulliver rodeado de edificios de juguete y un bosque de brócolis. Quiere caminar por la ciudad. Se desata.
Mi papá es un tren a toda marcha que se cree avanzando. En su estática ficción se cree rodear con las yemas de sus dedos la cintura regordeta del mundo. Saborea el pasar de las geografías húmedas y entre sus dedos sin riel se le mojan los nombres, se pegan en las líneas falanges los rostros del agua, la lluvia y el bosque.
Afuera la noche, el vapor en las cloacas, el sol inagotable en edificios que se estiran al vacío. Las estrellas son los puntos suspensivos.
Atrás Central Park, atrás el respirar del arce. Troncos como rascacielos de rugosa piel. Mi papá es el bosque que inhala. Donde planta sus ojos verdes que son semillas, el suelo se quiebra y germina este bosque envuelto en edificios, este dormitar en la ciudad que vela. El sueño de mi papá es un punto luminoso en el cielo, un suspenso sobre el parque, otra estrella. Qué insignificante mar de constelaciones. Qué infinidad de nimiedades.