TATAYO
Con su carcajada, Tatayo provocó que el gato cola pinta que se comía las sobras dejadas en la mesa, pegara un salto y saliera hecho la mocha para agazaparse entre el bulto de las cobijas. Luego Tatayo se levantó y fue a sentarse hasta donde el sol pudiera calentar su espalda. Clavando su mirada, con sus recuerdos dibujo su vida en la memoria de esos setenta y siete años de constantes ajetreos.
Con una vara empezó a raspar levemente el suelo y sólo un polvo seco pudo levantarse de aquel árido pedazo. Ni se inmutó, sabía bien que otra vez la lluvia le quedaría mal con su llegada.
Transcurría el verano y como todos los años, el panorama pintaba para el rumbo de la desgracia. Algunas reses de las que le quedaban pasaron junto a él como arrastrándose con esa apariencia de cuadro de bicicleta. Las miraba y las volvía a ver y no le quedaba de otra más que reírse de su escaso patrimonio.
Con sus empíricos conocimientos no le fue difícil advertir que ese año terminaría igual de jodido que los otros. Así se los dijo a doña Amparo, su vieja, cuando esta lo flotaba con la pomada del tigre para aliviarle los dolores que seguido le pegaban en la rabadilla.
II
Los dos viejos, como todas las mañanas, se acercaron a la hornilla hecha de ladrillos y entre plática y plática se tomaron varias tazas de café. Nomás con eso en el estómago salieron hacia el monte para traer la manutención diaria de sus poquitos animales. En el camino de cardones y chollas secas, Tatayo, con su lépero lenguaje, contaba en broma a su viejita los fantásticos romances que había tenido cuando era joven La Consecuente encabronada de Doña Amparo le provocaba a este una carcajada que ambientaba toda la vereda.
III.
Cortaron dos o tres biznagas y se regresaron al paraje. Al llegar, ya el sol aflojerado, entraba por las rendijas de la cocina hechas de costales y pedazos de madera y se tiraba en la cama para dejarla tibia. Tatayo, sin poderse borrar la picardía de la cara, sacó de su camisa una flor de pitahaya y, con improvisada caravana, se la dio a su vieja. Ella, con una respuesta de “pinchiviejoloco” quiso aparentar su indiferencia pero, enrojecida, fue a la cocina a traerle las pastillas que le apaciguaban la fatiga que le provocaba su insuficiencia coronaria según los intentos por descubrir su verdadera enfermedad.
Pero esa recaída no le iba a ablandar el día; esperó un momento y, luego, pasándose la mano sobre la frente para borrarse el sudor que le perlaba, remangó sus pantalones kakis y empezó a caminar sobre la orilla de la playa. Desde allí escuchó el ruido de una lancha que se divisaba borrosa. Tamayo parecía un chamaco alborotado.
IV.
Al rato regresó con Moncho, su hijo, y los otros pescadores cargando una tara llena de pescado que, a puro peso y pujidos, dejaron caer sobre la mesa. No era mucha la marea pero algo le dejarían los compradores por el producto.
Sin pensarla, tomo un Pargo de regular tamaño y le pidió a su esposa que los echara con todos los olores a la sartén.
- Le pones su salesita, su oreganito, le das dos o tres volteadas y me lo traes con dos limones en un plato…pa aguantar el hambre mientras ta lo demás.
Agachó la cabeza por un rato y se quedó serio. Enseguida se le vinieron los intermediarios a la memoria y el recuerdo no fue nada halagador:
- ¿A poco creen que ellos nomás van a disfrutar?... pues entonces que vengan y lo saquen pa` que vean la chinga que nos arrimamos…pero un día voy a mandar a todos esos a chingar a su madre…van a ver…
Nadie: ni doña Amparo, ni Moncho, ni los pescadores que iban llegando al paraje refutaron las palabras de Tatayo, sabían bien que no andaba tan errado, que al final de cuentas los beneficiarios eran los compradores, los intermediarios y esos que una vez llegaron promoviendo un crédito dizque de oportunidad para la adquisición de un equipo de pesca.
-Nomás nos trajeron las putas lanchas y ahí se la echan: ni una ayuda, ni una méndiga asesoría, ni una nada…ahí tamos todavía con el fregado crédito y no hemos pagado ni la mitad siquiera. ¡Puro pa´ los pinchis intereses!!....¡son una bola de sinvergüenzas los del banco!
Todos permanecieron callados por buen rato hasta que el ruido del carro de Santos Fiol, el fayuquero, los sacó de la reflexión. Las doñitas a trote de huarache se arremolinaron alrededor del pick-up de don Santos para medio completar su despensa. Aquí se iba casi todo el dinero de la chamba.
¡No te digo pues! - exclamó otra vez Tatayo-pa nada alcanza este pinchi dinero-y volvió a soltar la carcajada…. ”Nooooooo, si se está poniendo dura la cosa, pero nadie hace nada para cambiar todo esto… pero eso sí: el otro año aquí van a estar de nuevo esos cabrones del gobierno prometiéndonos hasta los calzones de su pinchi madre… ¡¡¡ pero pura chingada vamos a votar por ellos!!!”
V
Con un gemido se compuso el pecho y enseguida le pidió a doña Amparo unos cerillos para prender la lámpara. El petróleo olió a nostalgia. Obscurecía y los pescadores empezaban a desparramarse rumbo a los matorrales en busca del lugar mas seguro que los protegiera de las víboras y los zorrillos. Tendían en la arena y regresaban al paraje a reírse de las ocurrencias de Tatayo. A esas horas lo venían a visitar sus hijas desde el rancho y le traían a sus nietos. No faltaba a veces quien llorara por no saber que era realmente lo que tenia Tatayo.
Él cuando podía, les contaba de sus tiempos de mecánico, de capador de cochis, de podador de palmas o de curtidor de cueros de Vaquillas. También, si quería que se armara el alboroto, les platicaba el viejo cuento de cómo y cuando perdió su oreja izquierda. Según él, había sido en el tiempo de los cristeros cuando, una tarde que salió a orinar antes de acostarse, un perdigón de carabina casi lo mata, suceso que le reprocharía siempre a su padre, quien a decir de él mismo, simpatizaba con ese movimiento.
Nadie le creía esa versión, pues un compadre mas traicionero que Valentín de la Sierra, en una madrugada de borrachera lo delató al contar a todo mundo que dicha oreja se la había arrancado él solo con un anzuelo, un medio día en altamar al querer lanzar su piola en un espacio muy reducido de la lancha. La oreja se le perdió en el agua y, desde entonces, muy a la sorda, algunos lo conocían con el apodo de “La Taza”.
A pesar de eso, Tatayo no se acomplejaba y sin pena alguna le gustaba reírse de su fealdad: “noooombre, si de chiquito fui muy bonito y, con el tiempo, laa verdad, la verdad he ido mejorando. Todos soltaban la risa y venían los comentarios. Después platican sobre las últimas noticias que escuchaban en la radio: ¿ya supieron que va a volver a subir la gasolina??....¡ese pinchi presidente no tiene madre!...Todo aquello los mantenía entretenidos buena parte de la noche, de casi todas las noches.
VI
El aullido de un Coyote les sugirió que ya había que dormir. Los perros comenzaron a ladrar y los niños se prendieron, asustados, de las piernas de sus padres…Todos se despidieron con las buenasnoches/hastamañana y las hijas de Tatayo caminaron, en silencio, rumbo a la troca, para volver al rancho.
Delfa, como siempre, regresó del carro y le fue a echar el último vistazo a su papá. Este ya estaba acostado en su cama y las manos puestas sobre el pecho. La imagen seria, que no parecía de él, conmovió a Delfa, pero ella sabía que Tatayo, después de todo, descansaba del monótono inventario de ese día.