Devenir
Te pierdes en las ajetreadas horas de mi devenir.
En el ruido de la sirena que con urgente prisa transita hacia rumbo desconocido, mientras en su interior un hombre herido de muerte, agoniza de decepción.
Te pierdes en el aullar del perro viejo y abandonado, sediento y solitario, que quiebra el silencio nocturno mientras intento salvar tu recuerdo.
Te pierdes en una melodiosa, monocorde y añorada canción que suena en la radio- mientras espero impaciente la luz verde de un semáforo que no existe -y que habla del amor, de las relaciones eternas, utópicas y de ficción.
Te pierdes y sin embargo te siento en mi garganta reseca, como un nudo apretado que me asfixia. Como la soga en el cuello del condenado a morir, antes de que sus pies dancen con el viento.
Te siento también en mi pecho, donde hoy se anida el vacío y que vino a suplir a tu mente rebosante de abstractas ideas.
Te siento como agua que hierve y quema mis nervios dejándolos al rojo vivo, expuestos. Palpitantes. Insensibles.
Todo es un desconcierto de emociones contradictorias.
Te pierdo. Te siento. Lo siento.
La luz roja del semáforo inexistente ha cambiado.
El desquiciante sonar de un claxon me saca dolorosamente de la irrealidad, para situarme en un mundo no menos álgido, no menos convulso y vulnerable; pero real al fin.
Entonces, de manera paulatina, avanzo.