Jardines, parques y tú...
He tenido la fortuna de conocer varios pueblos de México, siempre me ha gustado recorrer el jardín principal, rodeado casi inevitablemente de un lugar rico para desayunar, la presidencia municipal y un sitio de taxis. Recuerdo esos pueblos en los que todavía los domingos por la noche las mujeres caminan en un sentido alrededor del jardín y los hombres en sentido contrario, como anticipando el destino con el juego amoroso. En Colima hay muchos jardines, Karina los llama parques y eso fue en un principio la resultante de horas de espera y horas de gasolina gastadas sin sentido. Hoy fui a sentarme a uno de esos parques, el primer lugar que conocí de la ciudad y que me ha marcado con un poco de sentimentalismo. Eran las cuatro de la tarde, la gente regresaba a casa o al trabajo, yo esperaba a Armando, finalmente después de tres citas fallidas esta era la definitiva, así que me senté en una banca frente a una estatua de un señor leyendo el periódico, pensé que debía ser un personaje importante, así que no me atreví a preguntarle a los colimotes quien era, tienen tan arraigado su amor por esta tierra (y con mucha razón) que no podía ofenderlos con mi pregunta fuereña. Aquí las cosas son distintas, la luz se pasea con calma sobre las palmeras, las flores tropicales, los helechos y las enredaderas que a fuerza de intentarlo, han llegado hasta las copas de las parotas, ¡Cuánto verde! Pienso en mi isla, en los azules del mar, los rojos de los cielos, la oscuridad de la noche. Pienso en la soledad, en los amores, en las confesiones, en el minuto de silencio que debí guardar y las palabras que brincaron de mi boca para poder esconderte en mi mirada. Eres como las velas de mi barco, no me sostienes pero guías mi ruta. Y heme aquí esta tarde, leyendo, pensándote y esperando a Armando.