Mitos, cuentos y leyendas sudcalifornias: DE AMAZONAS, PERLAS, CONQUISTAS Y DEMÁS
Cuentan los que sí saben de estas cosas de historia, que hace ya muchos años en el viejo mundo, el escritor Garcí Rodríguez de Montalvo, aburrido y no teniendo otra cosa por hacer, decide escribir de principio a fin, un libro al que llamó “Las Sergas de Esplandián”, en el cual describía prolijamente un reino dominado por bellas mujeres negras, denominadas amazonas y que vivían sin hombres más que para procrear, amén de ser valientes, entronas para los cocolazos y que además poseían grandes riquezas.
Tales chicas vivían en un lugar llamado California y comandadas por su Reina la tal Calafia, eran el azote de todo ser vivo en sus dominios siendo temidas por su bravura.
Yo no sé en verdad si Don Hernán Cortés, Francisco de Ulloa y tantos aventureros que vinieron, a la hoy llamada Baja California Sur, fueron influenciados por dicho libro, pero para tener la osadía de atravesar los mares buscando más tierras de las ya conquistadas, debieron haber tenido muchos sueños, ambición o ganas de poner tierra entre ellos y sus familias.
Pues hete aquí, que un día de tantos de nuestro Señor de 1535 (3 de mayo para ser precisos), fue bautizada nuestra bahía como Santa Cruz por los primeros Españoles al llegar a sus aguas en esa fecha; y fue Sebastián Vizcaíno entre los meses de junio y noviembre quién decidió fundar un asentamiento en la bahía que nombró Bahía de La Paz.
Muchos piensan que fue el Conquistador Hernán Cortés el descubridor de nuestra tierra, pero en realidad cuentan los historiadores que fue el piloto y navegante Fortún Jiménez quién al mando del navío Concepción avistó en el año de 1534 la península, pensando para sus adentros que era una isla.
Todo lo anterior viene a cuento, ya que desde esa fecha, nuestra Península ha sufrido desde atracos, exterminio de sus pobladores originales (debido a las viruelas, tuberculosis y otras enfermedades traídas inocentemente por los Españoles), Filibusteros también llamados “piratas”, malandrines de toda índole exportados de otras latitudes, políticos pillos disfrazados de gente bien y tantas calamidades, que si la tal Calafia viviera, falta le haría filo a su espada de oro para darles chicharrón.
Ahora que si volvemos al cuento de la tal Calafia, imaginen la cara de los exploradores al dar con la California de la leyenda…
.- Josú Don Fortún, ¿eso que vemos frente a nosotros es la California?
.- A ver majo, presta acá el catalejo para echar un vistazo
.- mmm … Pues mira tú que yo solo veo playas, rocas, cactus y unos indios con cara de pocos amigos
.- Joder, ¿y la tal Calafia?
.- Ni idea grumete, de seguro anda por otras partes porque solo veo hombres, mujeres y niños, y de las Amazonas nada
.- Me cachis la mar salada, tanto viaje y con estos calores para no encontrar las riquezas, ni las amazonas piernudas, ni a la Calafia, bajemos para ver si encontramos algo que valga la pena y no olviden llevar sus espejitos y cuentas de vidrio para el canje
.- A la orden mi Capitán
Cuenta la leyenda (que acabo de acomodar para hacer más divertido este relato) que diciendo y haciendo, bajan un bote, se trepan en él y remando llegan a la orilla de lo que hoy conocemos como la playa Coromuel (nombre dado por los indios Guaycuras que ahí vivían al no poder traducir ni pronunciar correctamente el nombre del famoso filibustero Cromwell).
Al llegar a la orilla son recibidos con chiflidos, insultos y conchas arrojadas con tal tino, que al marinero que iba por delante, le produjeron un enorme chichón en la frente, (dando con ello inicio a lo que muchos años después sería considerado como el deporte de tirar las piedras y conchas al agua para ver quién las rebota más veces).
Después de varios intentos por hacerse entender por los indígenas Guaycuras y convencerlos de sus buenas intenciones para con ellos (algo que suena muy parecido a los discursos de los políticos) lograron por fin ser recibidos por los lugareños, quienes creyendo en su buena voluntad organizaron un gran fiestón para los visitantes, y al cabo de muchas cervezas y ron, ingeridas para matar el calor, los marinos de Don Fortún, hartos de tanta abstinencia sexual, decidieron que si no había amazonas al menos podrían conformarse con las morenazas del lugar y al grito de “Dale a tu cuerpo alegría Macarena”, le dieron vuelo al gusto violando a cuanta Guaycura se les puso enfrente.
Como eso del mestizaje no se les daba a los pobladores de esta parte del nuevo mundo, ardieron en cólera y dieron muerte a Don Fortún y los pocos sobrevivientes que quedaron pusieron pies en polvorosa, abordando la Concepción y marchándose a toda vela de nuestras tierras.
Hasta aquí mi parte de la historia sobre el descubrimiento de la bahía de La Paz y las penurias de los Guaycuras, Don Fortún y sus alegres marinos, que solo busca entender el resabio ancestral hacia todo lo que venga del macizo continental.