Mitos, cuentos y leyendas sudcalifornias: EL BARCO SAN MIGUEL
Escrito por Francisco Amador García-Cólotl en Domingo, 27 Noviembre 2016. Publicado en Cultura, Terror
La mañana del 23 de diciembre de 1967 un vientecillo tímido proveniente de altamar provocó ondulaciones tenues en la bahía de La Paz. Conforme la mañana sucedía, el viento arreció un poco, refrescando aún más la novel estación de invierno. El día anterior, por la tarde, del puerto de Mazatlán, zarpó el barco mercante San Miguel. Su capitán, el paceño Juan García, comandaba la embarcación en un viaje casi rutinario. Sus años de experiencia al timón de aquella nave de carga de doscientas cincuenta toneladas de capacidad lo había llevado a vivir las peripecias y caprichos del cambiante mar. Para obtener su licencia de capitán, había navegado desde La Paz a la isla de Hawái en tiempos pasados. Hijo de marineros y buzos perleros de escafandra de antaño, su padre, buscador de perlas en el auge de la ciudad de La Paz, lo indujo en el oficio desde temprana edad. Ya una vez un barco que capitaneaba desde Topolobampo se había incendiado cerca de Mazatlán durante el día. En el incendio, utilizó un cuadro enmarcado de la virgen de Guadalupe para enviar señales a tierra firme con el reflejo que producía el sol en el vidrio de la litografía. Esa vez, se salvaron todos los tripulantes de su barco. Fiel a la fiereza de los marineros de su tiempo, en otra ocasión la Marina quiso abordar su barco en altamar sin permiso o razón de peso para él; una barcaza de la Marina se acercó al San Miguel para abordarlo. El capitán, hombre de hechos más que de palabras, ametralladora al hombro, se situó en la cubierta amenazando con abrir fuego al que pusiera un pie en su barco. Cuentan los de su tripulación que ninguno de los marinos se atrevió a comprobar si fanfarroneaba y decidieron dejarlos en paz. Manejaba el capitán un Ford del 55 por aquellos tiempos. Portaba una 45 en sus borracheras y serenatas a su difunta madre en el panteón de Los San Juanes, lugar donde el panteonero lo conocía y lo dejaba entrar en la madrugada con todo y banda de viento.
La tarde llegó con nubes y el viento arreció desde las siete. La oscura noche, cual hoyo negro, inundó la mar embravecida antes de las nueve. El San Miguel se aproximaba a la costa de la península. Acompañaban al capitán, entre otros, Martín Cadena, amigo y leal compañero y Ángel Petit. La tripulación era conformada por catorce en total. Las olas de la boca del golfo de California crecieron enormemente esa noche y madrugada; entre las olas se formaban surcos de grandes paredes de agua iluminada por rayos y sonidos ensordecedores de los truenos. Los canales que se formaban entre ola y ola hacían mecer al San Miguel, a su tripulación y a su carga, novecientos tambos de gas avión para La Paz, cuando bajaba por las paredes de agua y la proa apuñalaba la furiosa superficie entre vientos que silbaban maldiciones y aullaban por los recovecos del barco. El San Miguel reportó la avería de uno de sus dos motores a la Capitanía de Puerto de La Paz en la madrugada. El capitán pidió a los de capitanía, entre ellos su hermano Francisco García alias el Bronco, que prepararan café por si llegaban al muelle fiscal a la siguiente mañana. Con un solo motor, intentaban llegar al canal que forman la isla Cerralvo y la bahía de La Ventana. De ahí, a la bahía de La Paz y atracar en el muelle fiscal sería un viaje más sencillo. El capitán se reportó nuevamente a capitanía mencionando que las olas subían y bajaban el barco con movimientos violentos y que la fuerza del único motor no hacía mella a la furia del mar embravecido. El último reporte del San Miguel registró su posición a sesenta millas náuticas de la isla Cerralvo; ciento cuatro kilómetros lo separaban de la seguridad de la hermosa bahía y la isla. ¿Qué fue del San Miguel? Nadie lo sabe. Días después de su desaparición, el hermano del capitán, dueño de la flotilla que incluía a los barcos San Jorge, San Raúl y San Miguel, contrató un helicóptero para buscar indicios. Desde aire no encontraron nada. Varios de sus barcos peinaron la zona última del reporte a Capitanía de Puerto; no encontraron ni rastros. Años más tarde, en La Ventana, alguien encontró un chaleco salvavidas y se creyó que pudiese haber sido del San Miguel pero no fue así. Lo raro de la desaparición del San Miguel es que nunca se ha encontrado nada, ni flotando, ni en las costas, que revele a ciencia cierta lo sucedido. Pasaron los años y su esposa, Isabel Geraldo, sus familiares y amigos, viven con la incógnita del paradero de su marido y los otros trece tripulantes que se desvanecieron en la tormenta del frío y ventoso 23 de diciembre de 1967.