Mitos, cuentos y leyendas sudcalifornias: EL LETRERO DE LA PAZ
El letrero de La Paz
En el estacionamiento que domina una de las playas más concurridas de la ciudad, platicaban aquellos amigos mientras bebían cerveza fría, resguardada celosamente en un cofre térmico como si fuese un cajón de roble olvidado por los piratas que en los años de la rapiña colonial rondaron las tranquilas aguas en la seguridad de la enorme bahía.
La noche cerraba ya y compensaban la ausencia del esperado viento Coromuel libando el ambarino elixir en el calor estacionado, hacía unos días ya, entre los cerros secos y el mar calmo de la península. Uno de ellos compartía una idea a sus dos acompañantes.
-Un letrero, como el de Hollywood, en el Cerro de la Calavera se vería muy chingón desde el mar-, decía.
-Ponlo en tu muro- recomendaba otro-, a ver cuántos likes te dan-.
-No mames-, decía incrédulo el otro- ¿para qué chingado? Si los barcos traen GPS- bromeaba- ni modo que no sepan dónde están- y se carcajeaba con su intervención.
-¿Qué?, ¿no has visto en Face los carteles contra el Face?- preguntaba muy sabiondo. –Hay uno que es una F grandota que a la vez es un confesionario y la parte de arriba de la letra es una bocina. No lo pongas, te van a chingar la idea- sentenció. Luego pensó un poco más y prosiguió –Hay otro con una mano que tiene una caja como de cereales y está sirviendo cuadritos con likes en un plato para perros donde dice “Ego”-.
Los otros dos rieron un poco mientras imaginaban el cartel en su hemisferio derecho. El segundo en opinar cambió de tema y los otros transitaron sin detenimiento. El que coartó la idea se separó de ellos y buscó un rincón para depurar el almacén de líquido y ampliar el espacio para seguir combatiendo el calor. Encontró el sitio y después hurgó en la bolsa del pantalón y sacó su celular. Accedió a Google Imágenes y descargó una del letrero de Hollywood. Acto seguido hizo lo mismo con una foto del Cerro de la Calavera visto desde alguna embarcación. Luego, las envió a un diseñador gráfico, conocido suyo. Momentos después marcó al diseñador y, luego de saludar, le hizo un encargo. –Sí, me diseñas una así en el cerro de aquí, pero que diga La Paz- y regresó con sus amigos que ya se desesperaban por ir a recargar el cofre de piratas.
Dos semanas después, un periódico local anunciaba la construcción del letrero que, “además de ser insignia para las postales de promoción turística de la ciudad, fomentaría la identidad y el cariño a la mágica tierra de contrastes azules y cafés” en los habitantes de aquella hermosa ensenada. Bajo la foto del diseño virtual de tan inusual idea, imagen que fue reenviada del celular de aquel emprendedor que anhelaba el viento Coromuel una tarde cualquiera al celular de su mecenas, se leía en el epígrafe: “Idea propuesta por el titular de la Secretaría de… y su nombre en Itálicas.