Mitos, cuentos y leyendas sudcalifornias: "EL NIÑO QUE ENSEÑA LOS DIENTES"
Quiero narrarles algunos hechos ocurridos en la ciudad de La Paz, acontecimientos que muchos desconocen, y que otros tantos olvidan. El primer relato lo dio Don Hipólito Escopinichi, de profesión zapatero el cual tenía su negocio en la esquina de la calle 16 de septiembre y Altamirano, quien vivía en la zona Reforma y Valentín Gómez Farías, en esa precisa área donde se registraron las presuntas apariciones de lo que se cree como una entidad maligna que adoptaba la forma de un niño. Una noche que Don Hipólito regresaba a su casa, después de un largo día de trabajo, se encontró de muy cerca con el niño, el cual le pedía una moneda solo con señas, sin pronunciar ni una sola palabra, Don Hipólito le dio la moneda solicitada por el menor, algo que cualquier buen hombre haría, tal vez fue un error hacerlo, fue entonces que el niño el señal de agradecimiento mostro su peculiar sonrisa, mostrando sus dientes con todo y su encía.
Días después del caso del zapatero, un sargento de la policía municipal se encaminaba al antiguo edificio del sobarzo hacia el sur de la ciudad, cuando en esquina con reforma y Altamirano vio venir en la poca claridad de la noche la figura de un niño muy pequeño, de escaso metro de estatura, el policía conocedor de lo que ya se decía, que en esos momentos ya se había esparcido por toda la ciudad, se preparó para hacer frente a ese pequeño monstruo, fue cuando luego de solicitarle que le diera una moneda a señas, tal como contaba la historia, tal como le había sucedido a Hipólito, el pequeño niño mostró su horrible sonrisa cadavérica al agente de policía, este conocedor de la historia y prevenido, tomó su fuete (instrumento policial, actualmente ha sido cambiado por el conocido "tolete") se dispuso a azotar al pequeño niño, aquel de la sonrisa horripilante, el agente murió al día siguiente de un paro cardiaco.
Una mujer de edad avanzada, que regresaba del antiguo hospital Salvatierra de la colonia Esterito, fue interceptada por aquel pequeño niño, presa del terror huyó a toda velocidad por una de las calles oscuras del barrio de la isla de cuba, con tan mala, pero muy mala suerte, pues una jauría de perros bravos la atacó hasta de dejarla herida de gravedad, víctima de las terribles mordeduras caninas, la señora falleció días después.
Se decía que aquel pequeño niño parecía salir de entre las paredes de piedra cantera que circundaban una huerta que con el tiempo desapareció y que pertenecía a los descendientes de la familia Toledo. A alguien se le ocurrió la no tan buena idea de tirar la barda y se hizo una mañana, sería por la psicosis de la leyenda, pero los albañiles aseguraban escuchar horribles sonidos de entre las piedras de la pared desmoronada.
Con el tiempo, la leyenda se olvidó y nunca más se supo del pequeño niño, aquel que asustaba con sólo mostrar sus deformes dientes y sus rojas encías a los caminantes nocturnos de la época.