Tal vez un himno IX
Debo ser acaso un idiota muy valiente para atreverme a castigarte. Entonces
me extiendes tu mano de trébol con cinco hojas y te llevo al parque. Tu castigo
será escuchar una vez más esos poemas inútiles y saborear a fuerzas tu nieve
de vainilla; lo que algún día recordarás, sólo por la magia que ejerce en la
memoria subirse después a los columpios.
Debo ser acaso un valiente muy idiota: jamás me atrevería a castigarte.
Después de tomar tu mano, un brinco tuyo basta para que se vuelvan nubes
nuestros pies. Esa predilección por las alturas, tu sonrisa de alas abiertas, mi
vértigo, el cielo ahuecándose en tu frente… ¡Es mi hija!, grito y te aprieto. Pero
en mis brazos, colgados del aire, nada más queda el semicírculo vacío, el tubo
de la ola interrogante.