Tal vez un himno XIV
Aunque disfruto este jardín de brazos extendidos y manos repletas de nubes,
en la ventana se estrella la caricia, abismada por su transparencia. Para esta
despedida, la lluvia no existe; sólo un cementerio de gotas cambiando de cielo,
trampas del aire que nos sacia y nos ahoga. Ya no puedo tocarte ni tocarme.
Aunque alguna vez fuiste mis dedos, ahora pierdo la batalla solo, en la
desollada trinchera de mi cigarro encendido. Sí, mi palabra se sigue tropezando
con el viento (yo no dije que el amor fuera un ala). El ave imposible, sin
embargo, vuela de algún modo, se queda corto el cielo ante sus ojos. Y yo, con
las nubes amarradas pero andando, me vuelvo cada vez más esto que no
tengo para darte o compartir contigo: una hija llamada Lucía, silencio repleto,
ciego, desbordado.