Torera de las aguas III
III
Cuántas veces una respuesta sin preguntas,
un verbo en presente, triste, sin oídos.
Por eso aquella tarde venías lenta,
contando las mordidas de arena que la playa te daba;
por eso el desafío:
“A ver si puedes arar en mi piel
con tu yunta de sal”.
No, aquella tarde hasta el mar te quedó chico:
avergonzado se replegó en sus abismos esperando un descuido.
El descuido, torera de las aguas,
de que siempre te acentúas
en la penúltima ola.