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Y seguimos pidiendo la palabra: UN SÁNDWICH DE ATÚN DESPUÉS DEL NAUFRAGIO (21-Jun-14)

Escrito por Iván Gaxiola Beltrán en Sábado, 19 Julio 2014. Publicado en Literatura

Me insistieron para que fuera con ellos. Del otro lado de la isla, una excursión de cuatro días, era más seguro que alguien nos rescatara. Decidí quedarme a esperar el cuerpo de Gabriel. Sabía que luego de tanto tiempo desde el accidente, si los peces no acababan con él, sólo llegaría su cuerpo sin vida. Hacía dos días que la marea no dejaba en la orilla ningún resto de Godofredo y sus pasajeros. Un avión con nombre propio también es un avión que se cae. Así que luego de encontrar los pedazos de algunos de sus muertos, las botellas de agua, refresco y cerveza que sobrevivieron, el grupo no podía esperar por ir al norte, del otro lado de la isla.

-Voy a esperarlo. Era mi amigo. Voy a enterrarlo aquí.

-¿Estás seguro? Ya no llegó. Lo siento, de verdad, pero te pasará lo mismo si no vienes con nosotros. –Me dijo una joven de nombre Irene. Ella iba en medio de Gabriel y yo durante el vuelo. No hablamos hasta el momento que cayeron las máscaras de oxígeno. ¿Creen en dios?, nos preguntó. Y respondimos que sí sin dudarlo. Nunca fue tan fácil. Nos tomamos de las manos sin dejar de sujetar los asientos y por la ventana sólo veía un azul infinito y tranquilo. No parecía aquello una caída. Después todo es exactamente como en algunas películas, no en todas: imágenes apareciendo y desapareciendo como un niño que juega con el apagador de su recámara y sonidos que van y vienen con esas fotografías. Le temo al mar. A los animales que alberga. Pero no recuerdo haber sentido miedo después del impacto, únicamente se trató del presente recorriéndome de manera absoluta. Supongo que algo así debe sentirse nacer: estrellarse en medio del mar y salir a nado hasta naufragar en una isla perdida.

Me senté y esperé viendo cómo el mar cambiaba de color en gamas de fuego, hasta volverse negro. Luego observé algo distinto en el agua, varado, y era él. Lo sujeté por las axilas y quise sacarlo del agua pero pesaba demasiado y yo estaba muy débil, así que me caí varias veces hasta rendirme. Lo sujeté fuerte sólo para que las olas no lo devolvieran, pero la tristeza también hizo lo suyo y no pude ponerme de pie de nuevo.

Lloré. Primero como desquiciado, después entrecortado, luego sólo gimiendo, y finalmente las lágrimas salían sin esfuerzo y sin mueca. Me quedé dormido y cuando desperté ya estaba llegando a la isla un grupo de rescatistas. Busqué el cuerpo de Gabriel y ya no estaba. Cuando arribaron yo no parecía feliz de que me encontraran, sólo lloraba por él. Ahora veo que era mi único amigo, pero el ritmo de todos los días, el trabajo, la gente, las relaciones, me hacían menospreciarle bastante. Les dije a los rescatistas a dónde habían ido los otros e inició su búsqueda. Nunca los encontraron. Me dieron una cobija, una botella de agua y un sándwich de atún hecho con pan blanco. El camino al barco nodriza lo pasé mudo, ni siquiera respondí cuál era mi nombre. Recordaba una y otra vez a Gabriel diciendo: este va a ser el mejor viaje de todos.

 

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