DE EL DEDO EN LA LLAGA VI
Quise revisar mis emociones, pero nada más noté un avanzado proceso de corrosión en las grietas de mis dedos. Un peso enorme me paralizó por los hombros. Era El Otro. Se burlaba en un lenguaje extraño. Shhit… silencio… se paró junto a la ventana… llovía.
Escuchó música de guitarra clásica a lo lejos, fuera de la cabaña. Truenos. Oí sus lloriqueos ay lloriqueos groseros. Tenía miedo ¡Miedo al fracaso! Al vacío bajo la cama, peor ¡Al del alma! Sudaba. Se arrastró como el asqueroso insecto que era, imperfecto y descarriado.
Tomó una fría hoz de una esquina de la cabaña, y la blandió con furia cerca de todo lo tangible; cerca de sus puños, su desesperación, su realidad y su firma sin nombre.
Receló mucho más el fallido intento.
Aruñó con el ambiente teñido a sangre hirviendo, los muebles a su alcance. Le vi sumergirse en las tinieblas de una frialdad insalubre, en una vorágine viva de contrariedades y palabras malsonantes. La luz bermellón de la tormenta nos cobijó a ambos en un deseo reprimido por tiempos casi idénticos. Recé por él, por los suyos.
Reflexioné sobre la temeridad de mis complejos de vivo.
Había algo lejano en aquel rostro desencajado con que de mister Hyde me recelaba.