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Y seguimos pidiendo la palabra: LOS DIÁLOGOS DEL ORTRO XXXIII y XXXIV (05-Jul-14)

Escrito por Ramón Cuéllar Márquez en Sábado, 05 Julio 2014. Publicado en Literatura

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Cambio de planes: la tía Julieta llamó a Helena para que los tres comieran juntos. Antes de irse entró un momento a su cubículo. Durante la clase pensó en la situación de Polo; quería revisar las últimas noticias por internet. No encontró un solo mensaje de su amigo. La ansiedad fue ganando terreno.

—Qué necesidad hay de ver lo que pasa por allá —se regañó, enojado de su indecisión—, después de todo Polo debe estar bien.

Inhaló aire, descansando los brazos en el escritorio. Puso el puntero sobre el explorador, en el sitio donde encontraría notas fidedignas. Dio clic en uno frecuente. La mayoría anunciaba lo mismo: el candidato conservador hizo nexos con ex guerrilleros del Centro del Mundo para organizar un grupo de choque. Se incautaron cientos de misiles distribuidos en varias casas de seguridad, gracias a las fotografías suministradas por un testigo protegido. Hasta el momento había unos cuantos arrestados, pero las investigaciones seguían su curso. También se informaba sobre el hallazgo de más de cuatrocientos millones de dólares con los que presuntamente se financiaría la compra de un ejército de mercenarios que, detallaban, se comían vivo al enemigo en situaciones extremas. Había sido un chino quien realizó la denuncia, declarando que lo obligó a guardar ese dinero un alto funcionario del gobierno saliente, con la amenaza de matarlo; el chino estaba considerado un héroe nacional.

La ansiedad tocó su punto más alto. Quería irse. Sus ojos se deslizaron aprisa por los renglones de la pantalla, sin entender nada. Si Polo no se comunicaba era porque estaba bien.

—Las malas noticias se propagan rápido —dijo, justificándose.

Hizo un nuevo intento, pero sucedió lo mismo. Finalmente pinchó varias ventanas para apagar el aparato. Helena y la tía Julieta, la poeta de clóset, lo esperaban. Cualquier cosa que viniera de esa gente no era buena. Cómo olvidar que la dichosa tía trató de convencerlo para que dejara a la sobrina. “La literatura en general engendra personas inestables, conflictivas e incapaces de relacionarse con su realidad”, le dijo en aquella ocasión, “así que permita que Helena siga su camino para que haga una vida como los demás”. Se enfiló a pie por las calles, pues el lugar estaba cerca. “Míreme a mí, abandoné la poesía para dejar el desconcierto en el que estaba metida.”

 

 

 

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—¿Así que existe un amigo tuyo que afirma que del otro lado del mundo ganó tu candidato? —espetó el policía, con burla.

—Sí —contestó Polo, asustado porque el hombre se volvía más intransigente.

Estaba en un cuarto a media luz, donde había una pequeña ventana de vidrio color ámbar. Al centro una mesa y dos sillas; al fondo otro hombre, entre las sombras, observaba con atención.

—Más vale que te calles, ya tenemos suficiente con los renegados güevones que están en la Avenida Transformación; ahora vienes conque en el otro hemisferio informan lo contrario.

—Le juro que es cierto.

—Nosotros ya corroboramos del otro lado y es falso; ellos saben lo que nosotros notificamos.

Polo permaneció en silencio. El hombre volvió a la carga dando un puñetazo sobre la mesa.

—El próximo madrazo será en la cara si no cooperas. A la chingada con eso de que ganó, ¿a quién le importa eso? Más vale que comiences a hablar de dónde sacaste la droga sin volver a lo de los misiles, que está más mamón que lo otro.

Polo observó la mesa, luego al agente. Acorralado. Confesaría lo contrario a pesar de que ambas cosas eran ciertas. Así que acomodó las palabras para no involucrarse más. Mentiría porque la verdad no era útil.

—Esa droga me la dieron a cuidar mientras concluían las elecciones.

—¿Ya viste cómo sí puedes?, no te costaba nada… Me encabronó tu necedad, ¿qué es esa mamada de que al otro lado del mundo dicen que ganaron? Aparte hasta misiles, ¿no?

—Sí, señor, todo eso yo lo improvisé —respondió Polo, con el miedo repartido en los nervios.

—A ver, dime, ¿quién te la dio?

—Un hombre que nunca se identificó con su nombre completo; sólo sé que lo llaman Dagnino.

Las palabras emergieron sin control; quiso atraparlas para que regresaran a su boca.

—¿Dagnino? No me suena. ¿Tú, pareja? —preguntó, dirigiéndose al agente entre las sombras—, ¿sabes algo del pendejo que dice éste?

—Negativo.

—¿No lo estarás inventando también?

—Ese hombre comenzó a buscarme para que lo ayudara a guardar los paquetes, me ofreció dinero; serviría para financiar un importante movimiento. La verdad, como estoy necesitado, dije que sí.

—Ah, cómo serás imbécil, ¿a poco creíste que nunca te agarraríamos?

—No lo pensé.

—Como no tengo idea de cómo resolver tus fregaderas ni cómo llegó la droga a ti, necesito que seas tú quien me entregue a ese fulano. Te soltaré, pero tendrás vigilancia el día entero…

 

 

 

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