¡Ay mis hijos!
¡Ayyyy mis hijos!, dicen aquellos que sí saben de leyendas urbanas, que así se escucha el lastimero llanto de la llorona, esa mujer descarnada de ultratumba, que cada cierto tiempo se lamenta por ellos.
Sin entrar en detalles históricos, rescate de leyendas ni nada de eso, solo atino a comentar lo siguiente:
¿Cómo no va a llorar la llorona a sus hijos, si desde que los Aztecas llegaron al valle de México les han dado a llenar?
Dicen los que sí saben de estos asuntos, que cuando los Aztecas aterrizaron en lo que un día fue el lago de Texcoco, después de haber sido expulsados de Aztlán por andar de braveros y creer en Huixiloplxtli (temido señor de la guerra y amante de devorar corazones ajenos), no quedaba mucho espacio como para formar un imperio según sus deseos.
Por tal razón ellos después de consultar a sus dioses y consultar a sus Diputados y Senadores (antes se llamaban Tlatoanis), pensaron que una buena forma de comenzar con tan loable misión (crear su imperio), sería la de convencer a sus vecinos de que invertir en la construcción de un nuevo fraccionamiento era lo mejor que podía sucederles.
Y así pues, poniendo todo su empeño en tan loable tarea, enviaron al departamento de diseño la encomienda de elaborar un logotipo que representara el sentir de todos (mismo que fue votado y aprobado por unanimidad), que tuviera los siguientes elementos:
1.- Un águila oriunda de la región (por aquello del Nacionalismo y sentido de pertenencia.
2.- Un nopal (alimento preferido de las tribus ahí asentadas) y elemento indispensable en la preparación de garnachas, tacos, sopes, tostadas, huevitos revueltos y elíxires para bajar el azúcar de los diabéticos.
3.- Una víbora que sin deberla ni temerla enviaría el mensaje oculto a todos, de que más les valdría ponerse a cooperar con los Aztecas, so pena de ser devorados por la plumífera Águila.
Una vez terminado el emblema del fraccionamiento, los Aztecas pasaron a la etapa de convencimiento y viendo que a sus vecinos les tenían muy sin cuidado sus aspiraciones, procedieron estos a apadrinar huelgas y marchas de cualquier tipo para crear división y el desánimo de la población en general.
Una vez logrado sus objetivos y después de golpes, catorrazos, chismes y traiciones, los aguerridos Aztecas, se fueron apoderando de todo el valle de México, naciendo (obligadamente) el floreciente fraccionamiento que mucho tiempo después sería conocido como la ciudad de Tenochtitlan.
Obviamente, sus antes amigos y ahora enemigos acérrimos, pagaron con deshonor el haber permitido que los Aztecas se asentaran en sus feudos, aportando su respectiva dote de guerreros y ciudadanos en las famosas guerras floridas, como aporte de corazones y sacrificios a los nuevos dioses de sus ahora nuevos patrones.
Sería a partir de ese momento en que comenzara a escucharse a lo lejos, el tan llevado y traído llanto de la llorona, primero como un suspiro de resignación por sus hijos que faltos de ingenio, malicia y mala fe, aceptaron en sus tierras a esos pícaros pillos de dos caras que los pasaron a perjudicar.
Tiempo después, llegan los españoles con el cuento de abrir tiendas oxxos, sorianas, bodegas aurrerás y demás, con la promesa de instalar sus changarros sin prejuicio de las ya instaladas en el ahora Imperio Azteca y comenzando sus trámites en las Secretarías de Estado respectivas y con la ayuda gentil de Doña Marina (antes Malinalli) como traductora.
Como la tal Malinalli era muy diestra en eso de las traducciones y en el uso del idioma español (aprendida de forma muy divertida y fácil en sus correrías), fue nombrada por el Ilustre Señor Don Hernando “Jefa de relaciones públicas, chismes e intrigas”, logrando con tal éxito su encomiable labor, que los grandes Tlatoanis, embelesados con su belleza y sus ojos pizpiretos, autorizaron sin miramientos los permisos solicitados aunque no cumplieran con los requisitos obligatorios de impacto ambiental, planeación urbana y demás.
También dicen los que saben, que en las citadas Secretarías, el rencor hacia el Gran Señor del Imperio, fue bien aprovechado por los nuevos desarrolladores y con la promesa y el ofrecimiento de mejores chambas, semillas de cacao (moneda en curso en ese tiempo), pirámides personalizadas y viajes sin costo alguno a la nueva España, logrando vencer la reticencia para llevar a cabo tales proyectos.
Como bien sabían los nuevos empresarios Españoles que los chicos malos del barrio llamado Los Tlaxcaltecas, temidos por bravucones, pendencieros y por oponerse siempre a las reformas propuestas por los Gobernantes en turno, optaron por aliarse con ellos, para evitar tanto condenado trámite, mordidas y burocracia existentes ya desde esos tiempos, organizando un contingente de indígenas y españoles que serían hoy la envidia del CNTE, López Obrador, y los Sindicatos, y dándole vuelo a sus bajos instintos y rencores, tomaron por las armas, cañones, mosquetes, flechas, resorteras, lanzas, piedras, hachas de pedernal y demás aditamentos, la Capital de la Nación Azteca utilizando como recurso final ante la negativa, pifias, pedradas y sacadas de lengua (máxima ofensa proferida por los Aztecas para cualquiera ) el fuego para achicharrar a los tercos habitantes de esa gran ciudad. Todo ello aumentado por el rencor de Don Hernando al tener que cobijarse en un árbol y soltar sus lágrimas y berrinches para pena ajena y vergüenza de sus subalternos y la jocosa diversión y pitorreos de los sitiados Aztecas.
Bien cuentan algunos que al ver la gran quemazón de animalitos que convivían pacíficamente con los habitantes, alguien decidió que sería buena idea aprovechar tanta carne quemada dando inicio a lo que ahora conocemos como taquerías, birrierías y barbacoas.
Al término de tanta matazón, destrucción de pirámides y pillaje, se vuelve a escuchar el ahora llanto y no suspiros de la llorona, que dándole vuelo a su ronco y descarnado pecho, suplica por sus hijos.
Con el tiempo, la nueva Nación Mexicana surge con nuevos Tlatoanis, que viendo que la arquitectura Colonial era más práctica que eso de andar subiendo y bajando escalones, deciden derrumbar las pirámides, para crear encima de sus cimientos (Y sin la aprobación del INAH), nuevos edificios para sus miles de burócratas, políticos, funcionarios públicos, sindicatos y demás personajes que engalanarán a la sociedad Mexicana hasta nuestros tiempos, y que además tendrán la posibilidad de cambiar los viejos y obsoletos códices Aztecas, por nuevos y más modernos documentos, leyes y reglamentos, con la ventaja de poder cambiarlos, desconocerlos o aplicarlos a su antojo para beneficio solo de ellos, sin recato alguno y con la ventaja de jamás poder ser juzgados por los actos que cometan en prejuicio de sus ciudadanos. Lo anterior dará como resultado que estos últimos unan sus llantos, quejas y lamentos a los de la tal llorona gritando ahora todos al unísono… ¡Ayyyyy mis hijos!
Nos leemos más adelante…
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Octavio Pax