BAILANDITO
La mesera de una pozolería; ubicada frente a un concurrido antro; de los que abundan en Jalisco y en todos lados; a propósito de unos novios que apenas terminaron su ración empezaron a besuquearse melosamente, me contó, mientras me servía uno rojo con bolillo, que haría cosa de cinco años, una parejita festejaba bailando en el antro de enfrente, la llegada del año nuevo. Y que el galán le dijo a la chava: ¡bailas chido!... yo me llamo Luís, ¿y tú?... y que la dama le dijo muy segura: llámame Clarita… que así nomás le dijera. Y que en menos de media hora, ella se le insinuó abiertamente y fueron a seguirla a otro antro.
Que un año después en el mismo lugar; los dos, pero cada quien por su lado se la estaban pasando canela; que en una d’sas, el joven invitó a bailar a la dama; y que al percatarse que se trataba de la chava de la otra vez, que le preguntó si era Clarita y que si se acordaba de él, y que para refrescarle la memoria le dijo que allí se habían conocido, bailando como lo hacían ahora…, que recordara como se habían divertido en aquella ocasión, que por su parte él jamás olvidaría lo que pasó y que qué le parecía si terminando la fiesta repetían la ocurrencia.
Y que como la dama, no le respondía, que este le preguntó de nuevo por su nombre y que entonces la dama respiró profundo y le dijo que sí, que ella era la clarita de antes, pero que por favor le pedía que volteara discretamente hacia su izquierda, al lugar donde estaba el hombre de sombrero tejano y botas, cuya cacha de una pistola asomaba por encimita del cinto. Y que cuando el joven miró al hombre descrito, le preguntó a la chava que si era su padre. Y que ella le contestó que no, que su padre era el robusto de gafas oscuras que estaba al lado opuesto, y que tuviera mucho cuidado porque no le quitaba los ojos de encima, y que el empistolado era un guarura que le había contratado exclusivamente para ella, porque, por si no lo sabía, su padre ya se había enterado lo de aquella noche de farra con él, o sea con el Luis; que ella misma se lo había dicho, porque de todos modos ya le habían ido con el chisme. Así que le aconsejaba que al terminar la melodía que estaban bailando, hiciera como que le enseñaba el «pasito tun tun» luego se fuera en reversa, se metiera al baño, se escabullera por la ventanita y desapareciera de allí lo más rápido que pudiera.
Y que el Luís, hizo exactamente lo que le dijo la chica. Pero que al llegar al baño, al intentar treparse en el lavabo, seguramente por los nervios, resbaló y metió los pies en la taza, que estaba atascada de porquería, pero que al fin alcanzó la ventanita, y que una vez fuera, corrió a todo lo que le dieron sus tembeleques piernas, mientras las balas le pasaban zumbando por las orejas. Y que al llegar a su casa, se dio cuenta que despedía un fuerte olor a suciedad, pero que de momento no supo si era la que había en la taza del baño del antro o la que le había sacado el susto.
Que después, el chavo se enteró que a la mujer también le decían la barbarita y que era hija única del narco más sanguinario de esas tierras. Y que desde entonces el mentado Luis, que tanto le gustaba el dance, solo lo hacía en su casa; con su hermanita de ocho años; a quien le fascinaba el pasito tun tun; pero que en cambio a él con el primer estribillo se le aflojaban las entrañas.