La culpa...
De un momento a otro, me encontraba caminando por la ciudad sin rumbo fijo, pensando en la moralidad y la ética. Las calles no tenían nombre para mí, eran iluminadas o peligrosas, siempre entre lo bueno y lo malo.
Me costó trabajo encontrar un lugar calmado para sentarme a meditar y fue en ese instante, sin previo aviso, que ella me hablo, con una voz tan baja que apenas la había escuchado. Estaba frente a mí, con un vestido azul y su juguete amado.
Extendí mi mano ofreciéndole algo así como saludo o quizá una invitación a acercarse, titubeo y dio un paso atrás, después de mirarme se acercó y se sentó a mi lado. Ahí estábamos las dos, en silencio y sin conversar.
No pude evitar el nudo en mi garganta, la tenía ahí pequeña e indefensa y temblando, se encogía y se abrazaba en un intento de darse consuelo. Mientras yo intentaba recordar lo que quizá me pudo haber dicho.
Sabía que la habían lastimado en más de una ocasión, pues su mirada nunca fue la de una niña de su edad, había aprendido a guardar silencio y a aguantar. Le pregunté por su muñeco intentando distraerla o quizá distraerme de su tristeza.
Sentí como una de sus manos jaló de mi vestuario -¿soy realmente mala?- Me preguntó con un tono de esperanza que no llegó más allá de sus labios. –No-, dije en voz baja, como si me estuviera contestando. -¿Entonces porque me siento tan sola…desprotegida?- cerré los ojos sin saber que responder.
Una llamada me sacó de aquel mundo idealizado -¿Con quién estás?...- escuché la voz al otro lado del auricular. – Estaba hablando conmigo misma…- una risa vino desde el aparato y yo me levante para comenzar con el camino a casa.
Serían unas largas noches de insomnio mientras no me contestará.