Cultura Empresarial: DIRIGIR OBEDECIENDO
El Rey: “Hay que exigir de cada uno lo que cada uno pueda dar... La autoridad reposa ante todo en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se arroje al mar, éste se sublevará..."
Resulta muy difícil asimilar la pérdida de autoridad cuando se trata de ejercerla en forma impositiva, es decir, por la fuerza o con cierto uso de violencia o abuso del poder que una posición confiere. Es algo semejante a cuando como padres tratamos de poner fin a una discusión con un hijo de una forma tajante, con actitudes ejemplificadas por las frases: “¡Vas a hacer lo que yo digo porque soy tu padre!”, o bien: “¡Aquí se hace lo que yo diga porque yo mando!” Actitudes como las anteriores lo único que logran es una ruptura entre los participantes y una simulación de acatamiento de las “órdenes”. En el caso del ejemplo citado, para un padre, tentado a resolver un problema por esta vía, es doloroso darse cuenta que su figura paternal sufre un gran deterioro y que de forma instantánea transfiere la autoridad “moral” sobre otras personas, quienes en muchos casos pueden ser el “jefe de una pandilla”, una amistad inconveniente “pero que sí sabe escuchar” o en el mejor de los casos, alguien responsable que ayude a enfrentar la problemática.
La sociedad ha evolucionado de tal manera que el mismo concepto de autoridad es interpretado en forma diferente según el momento histórico en que se analice. Si bien en las sociedades antiguas era aceptada como un principio la desigualdad entre los seres humanos, en la actualidad los avances sociales en materia de democracia, libertad, equidad e igualdad entre los ciudadanos permiten contar con una concepción más amplia de estos términos, que van más allá del concepto legal, complementándose con elementos de legitimidad, reconocimiento y credibilidad. En la antigüedad obedecer era parte de la vida cotidiana, mientras que en la actualidad y en la práctica se considera en cierto sentido que obedecer es un “acto vergonzoso”. Se considera propio aceptar una orden colectiva mas no una individual, pues la autoridad forma parte del proceso de participación colectiva para la toma de decisiones dentro de una sociedad, organización, grupo o familia.
En los procesos directivos de una organización pública, el ejercicio de la autoridad debe hacer coincidir la autoridad legal que confiere una posición directiva con la autoridad legítima que es otorgada por el reconocimiento colectivo a quien la ejerce. El camino para alcanzar esta coincidencia está en dirigir obedeciendo, siguiendo el mandato centrado en los principios fundamentales que rigen la vida de las personas involucradas en la organización y que son compatibles con los principios de la propia institución. No se trata de que quien dirige obedezca lo que cualquier grupo le imponga. La obediencia a los principios asegura no caer en chantaje o presión de grupos que en “aparentes juegos democráticos” hacen presión sobre la autoridad para alcanzar sus fines o valores particulares sobre aquellos de la colectividad y de la propia institución.
Un ejemplo muy claro de esta visión puede ser tomado del conocido libro El Principito de Antoine de Saint-Exupery, cuando el personaje visita el asteroide 325 y se encuentra con el rey que habita solo en dicho asteroide y que después de reclamar al Principito su bostezo, termina por mandarle: “Te ordeno que bosteces”. “Pero eso me cohíbe, no puedo hacerlo...”, contesta el Principito y el rey termina diciendo: “¡Entonces te ordeno que a veces bosteces y a veces no bosteces!” y continúa explicando la lógica de su estilo de mando: “Si yo ordenase a un general que se transformase en ave marina y si el general no obedeciese, la culpa no sería del general, sería culpa mía”.
Continúa el rey: “Hay que exigir de cada uno lo que cada uno pueda dar... La autoridad reposa ante todo en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se arroje al mar, éste se sublevará. Tengo derecho a exigir obediencia porque mis órdenes son razonables...”
Cuando el Principito aprovecha para solicitarle al rey que le ordene partir antes de un minuto, después de lograr su objetivo se aleja con un suspiro, alcanza a escuchar al rey gritando: “Te nombro mi embajador...” y el Principito parte con la sensación de que el rey tiene un gran aire de autoridad.