REDUCCIÓN AL ABSURDO
Las conductas humanas muchas veces resultan contradictorias, cuando no absurdas. Por ejemplo, son curiosos los mecanismos que utilizamos cuando niños para comunicarnos, cuando aún no hemos desarrollado las habilidades para interrelacionarnos socialmente. Es común en ese tenor que en el jardín de niños observemos a un chiquitín pelear con la niña de su amor infantil para llamar su atención, sentirse tomado en cuenta y por lo tanto estimado. Curioso también que algunos hijos en su adolescencia temprana provoquen el enojo de los padres para reclamar el cariño necesitado en esa importante etapa de su vida.
Los anteriores ejemplos no son tan ilógicos como pudieran parecer, ya que el solicitar lo contrario de lo que esperamos puede llevarnos a conseguirlo por la vía de la negación. Desde la época de los griegos este es un hecho irrefutable que se constata en los procedimientos matemáticos desarrollados para validar la veracidad de una proposición. Uno de estos procesos de validación llamado por “reducción al absurdo” establece que para demostrar la validez de la proposición A podemos partir de demostrar que la validez de la negación de la proposición A (contraria a A), nos lleva a una contradicción lógica y de ahí, por lo tanto, se infiere la validez buscada para A.
También resulta frecuente encontrar actitudes y formas de provocar reacciones encontradas frente a las propuestas que se dan en torno a una mesa de negociaciones, en un cuerpo colegiado o en los órganos decisorios de las empresas o instituciones públicas, donde se dan casos muy parecidos a los ejemplos antes citados. En estos espacios se analizan diferentes propuestas para la toma de una decisión que resuelve un problema importante. Independientemente de si el grupo participante es completamente afín o integrado por representantes de grupos contrarios, por lo regular durante el análisis de la propuesta en cuestión se parte de una visión subjetiva, asumiendo cada quien como suya una de las propuestas y atacando a la(s) otra(s), tratando de localizar sus debilidades potenciales para demostrar su inconsistencia.
Agredir al portavoz de la otra propuesta en su persona o bien a su propuesta, para debilitarlo y buscar las inconsistencias de sus argumentos, parece ser el método a seguir para explicitar, por contraparte, la fortaleza de la propuesta propia. El trabajo que cada participante invierte y realiza parece concentrarse en argumentar por contradicción la validez de su propuesta, negando las otras existentes. Consecuentemente, la búsqueda de las debilidades y contradicciones de la proposición contraria lleva a un ambiente de división, tensión y dificultades dentro del grupo decisorio que participa, resaltando siempre la suma de debilidades de las diferentes propuestas que se analizan y no sus fortalezas. Ello contribuye también a disminuir el buen ánimo, la cordialidad y el respeto entre los participantes, alejando la posibilidad de construir una solución razonada al problema que se analiza.
El ambiente que genera una toma de decisiones mediante la contraposición de propuestas es que a la larga el terreno de la discusión parece más un campo de batalla que un grupo de trabajo. Por lo regular termina imponiéndose el grupo dominante, sacando adelante su propuesta a costa de otras, debilitando con su triunfo sectorial el desarrollo integral del grupo de trabajo y por tanto el de la institución. Si bien el método de “reducción al absurdo” es un proceso lógico de razonamiento, resulta peligroso quedarse a la mitad del camino en dicho proceso, no pudiendo ir más allá de detectar las debilidades e inconsistencias de todas las propuestas y haciendo a un lado, por no verlas, las fortalezas de cada una de ellas. Operar de otro modo posibilitaría construir la validación de una propuesta a través del consenso, lo cual resulta mucho más sano y deseable tanto en el plano personal como en el institucional.