Desahogo
Agradezco a la vida que me hizo nacer y crecer como Mujer. A través de este cuerpo, de esta mente y corazón, puedo expresar mis sentimientos y emociones con llanto y risa, con letras o mi propia voz.
Todos o casi todos los hombres con los que he convivido en lo privado sin importar el tiempo que eso haya durado, se han empeñado de alguna forma en acallar -me- o controlar -me- la manera en que expreso mis ideas o sentires. Ninguno aceptó ni ha aceptado a la mujer que soy. Allá ellos.
Al final y para su desgracia, todos han terminado buscándome mucho o poco tiempo después. Para fortuna mía, he sabido de manera inteligente negarme a continuar con ellos cualquier tipo de relación.
Hubo de todo: cobardes, adictos a las drogas y al trabajo, egocéntricos, vividores, ventajosos, grises, alcohólicos, inmaduros. Todos manipuladores. Todos machos. En diferentes escalas y con matices propios, eso si.
La vida, mi interés y esfuerzo por trabajar mis emociones y mi amor propio -cosa que no hice en años pasados-, me enseñaron a identificar -aunque no me guste a veces, debo reconocerlo- los micromachismos y los signos de violencia tan sutiles a los que me sometí y someto en aras de preservar el amor. Educada en la creencia del amor romántico, ha sido muy difícil reeducarme y desterrar ideas equivocadas de lo que es o debe ser el amor en pareja.
Todo esto lo reflexiono al hacerme cada vez más consciente de lo importante que es estar rodeada de mujeres. Nunca antes las había valorado tanto, a las que son mis amigas y a las que no lo son también. Son la parte bella de todas las tristes historias que vivimos y sufrimos por un hombre, por el amor.
Me siento tan agradecida con todas ellas. A lo largo de todos estos años me contuvieron y siguen conteniendo. Algunas en la cercanía, otras en la distancia, sin duda con la misma intensidad, mismo amor, sin condicionamientos.
Ahora que mi corazón sangra, que lo siento bullir, en efervescencia; deseo desahogarme. No sé que hubiese sido de mi sin la presencia de cada una de las que me acompañaron y acompañan del modo que haya sido y sea, en los momentos que me sentía y siento rota. O tal vez si, este cuerpo sería un montón cenizas.
Las mujeres me han enseñado por medio de sus historias de desilusión, de abandono y decepción, que se puede resurgir, si, cuando todo se cree perdido. Cuando nos sentimos perdidas.
Ahora, se acerca una semana muy significativa para mi. Una semana de preparación mental para ascender en mi caso por segunda vez el volcán La Virgen. En esta ocasión acompañada de otras mujeres que sin pensarlo ni saberlo me mueven y motivan.
Como ya no creo que en esta vida exista la casualidad sino todo lo contrario, el para qué; estoy alistando mi saco de amores rotos, de fracasos, adioses, y el odio que en mí han dejado caer para lastimarme y que no me pertenece, e iré a arrojarlo desde la cima del volcán al vacío, para que se esparza y diluya. Se pierda en la nada. No quiero regresar de nuevo a mi vida con toda ese peso que sin querer se va acumulando y que llega convertirse en un lastre lastimoso para alma y espíritu.
Deseo que el trayecto me sea duro, pesado. Sudar el dolor y las ansias que a veces tapan mis poros y me intoxican. Quiero que me duelan todos y cada uno de los músculos, cada célula que los compone. Es mi intención regresar sana.
Gritar en la cima que sigo siendo efímera. Melancólica. En mi esencia solitaria. Y que disfruto serlo, por más que hallan querido que fuese distinta.
Será un viaje catártico sin duda. Llevaré en mi bolso la poesía de mujeres que se han curado con ella.
Será de igual manera, signo de rebeldía contra el patriarcado. Contra el amor romántico que nos daña profundamente.
Ese viaje va por todas aquellas que nos hemos abandonado a ese amor por entregárselo a un hombre que nos ha aplastado sin miramientos, escudado en su machismo y misoginia. En su cerrazón. En su intolerancia e incapacidad para sabernos escuchar, sobre todo para querer y estar dispuesto a hacerlo.
Va por todas nosotras.
Va por mi. Por mi. Por mi.
Ahora escribo no sólo para que me lea el viento, también lo hago para mis hermanas, mis amigas las mujeres que tanto quiero.
Escribo desde el dolor, con la certeza de que algún día desaparecerá.
"Y me despedí como cualquier día más.
Sabiendo que nunca más.
Que ya no existes.
Que ya no iré."
Carmen Saavedra Saldívar