Y seguimos pidiendo la palabra: DIÓTIMA
Entre mujeres, riñas y vociferaciones,
Al filo de la fría madrugada
Me desperté con sobresalto,
Creí escuchar que alguien me llamaba
Desde el oscuro abismo de mi sueño.
Soplaban ráfagas de un viento insomne,
Que insistente golpeaba en mi ventana
Con extraños mensajes y presagios.
En las calles la calma y el silencio,
Y en mi mente el recuerdo removido
De antiguos episodios olvidados.
Volví a quedar hundido en mi letargo
Y el viento persistente continuaba.
Era un batir de alas errabundas
De la densa penumbra y el sopor
De la inconsciencia que incubaba el caos.
Una mujer de hermoso porte altivo,
Con fascinantes ojos de sibila,
Inclinada hacia mí me interrogó:
¿Quién eres tú, qué buscas en el mundo?
Me envolvió con el manto sacerdotal y albo
Con que ella se cubría.
Soy un hombre que busca la verdad
- Contesté.
Ella era Diotima
Tonto, la verdad no existe,
Sólo es un espejismo que te engaña
-me dijo.
¿Quieres decir acaso –pregunté-
Que lo que tomo por verdad no es tal
Y permanezco hundido en la indigencia
De la ciega ignorancia?
Podría decirse así, querido loco
-dijo ella-
Ese ideal absoluto que inútilmente buscas
No ha existido jamás en el discurso
Equívoco y falaz
De los pobres mortales irredentos;
Es un espectro hipnótico,
Producto de tu débil cerebro,
Que hace vacilar tus decisiones
Y ofusca tu razón en abstracciones.
La verdad sólo existe
Como belleza manifiesta en formas
Y en figuras visibles que te placen.
Existen en los contornos
De los cuerpos armónicos
Donde las líneas nítidas y puras
Se hacen tangibles y entran en la vida.
Existe, por ejemplo, en las variadas formas
De las nubes morosas
Donde tus sueños vagan y se esfuman.
¿Y acaso el bien supremo, la justicia,
Son igualmente engaño o fantasía
De los pobres mortales irredentos?
- Le pregunté.
El bien y la justicia sólo existen
-dijo ella-
En el cuidado activo de todo hombre
Que sea guardián y hermano
De su hermano
En el abrazo, sin doblez ni envidia,
Que Caín pueda un día dar a Abel,
Frente a su dios que llora arrepentido.
La belleza es el bien más apreciado,
Y no es para buscarla en ultramundos
Ni para imaginarla en utopías,
Es para descubrirla en esta tierra,
En vivencias de amor, sin fríos conceptos,
Con todos los sentidos encendidos
De alegría dionisíaca
Y las alas del alma desplegadas,
Hasta sentir tu carne corruptible,
Hecha de tierra, agua y aire etéreo,
Irradiar como fuego
Cual resplandor de la vida,
Que da vida a la vida.
Así dialogué con Diotima
Hasta el amanecer.
Amadeo Peralta Adame.