¡Enfrenté mis miedos!
A mí de plano no me gusta asistir al dentista, acepto que les tengo miedo y lo evito hasta que ya no es posible... Me pasé un buen rato haciendo caso omiso de un cráter en formación en una de mis muelas y con la excusa de que no me molestaba el agujerito (de la muela) decidí que no pasaba nada y seguí retrasando la fecha de asistir al temido consultorio.
Después del correspondiente lavacocos de "mejor ve ahora antes de que te duela" me sometí a tan prudente consejo y convencida por mi hija (que andaba peor que yo) sacamos nuestras citas al dentista.
Ya desde que entras, se te empieza a subir una sensación extraña que se va incrementando desde que te invitan amablemente a pasarte al sillón hasta tu catarsis cuando luego de que te rellenan la boca de algodón el médico mientras más se te acerca, se va transformando ante tus ojos desorbitados en el legendario John Henry “Doc” Holliday, Dentista, gran jugador de póker y mortal pistolero; compañero de Wyatt Earp en el Viejo Oeste.
Cuando estás tratando de respirar profundo y relajarte para no levantarte y salir corriendo "Doc Holliday" saca el revólver y empieza esa tremenda agonía que es el ruidito del taladro dental, que ése si te mata de nervios. Yo le preguntaba a mi dentista si la tecnología no ha inventado un taladro silencioso y nos evite ese estrés que seguramente les arrojaría una buena cantidad de pacientes extras porque muchos no vamos solo por evitar el taladro mortífero, pero según me ilustró el Doc, los taladros aún los mejorados, siguen siendo traumáticos.. Deberían dormirnos a los que no aguantamos eso... ¿se imaginan nomás en el viejo oeste que el dentista era el barbero y la anestesia no existía? ¡Pobre gente! con razón Doc Holliday traía pistola, seguramente era por si el paciente no se dejaba...
Pero bueno, ya cuando te sientes psicológicamente con grilletes en las manos y pies y no te puedes levantar de ahí, te dejas que hagan con tu dentadura lo que "ya ni modo" pero entonces nos pasa otra cosa, al menos a mí, al tiempo que se te mete el ruidito del taladro en lo más recóndito de tu sistema auditivo y te electriza la última de tus neuronas, se te empiezan a enroscar los dedos de los pies, luego los pies completos, se te tensa todo el chamorro y arrancas una serie de pataditas de auxilio a la vez que clamas al cielo porque Doc Holliday te diga... "enjuáguese" ¡qué cosa tan fea por Dios!.. ese procedimiento continúa una y otra vez, para tu desesperación parece que tu caries es gigantesca y por más que le rasquen no termina por limpiarse, cuando del doctor se voltea inmediatamente te pasas la lengua por la pieza dental y se siente como si fuera pozo petrolero.. ¡Enorme!.. Pero la verdad a estas alturas los nervios están en verdadera crisis, cualquier toquecito al nervio de la muela se convierte en "la muerte chiquita" y ahí justamente se ratifican tus mandamientos: lavarás tus dientes tres veces al día; usarás enjuague bucal; usarás hilo dental cuando sea necesario; te volverás a lavar los dientes; etc. etc... Y por supuesto refrendas tu más grande sentimiento: ¡No volveré a pisar un consultorio dental jamás en los días que me queden de vida!
Las visitas al dentista son seguramente cosa difícil para la mayoría de las personas... cuando salí del consultorio me daban ganas de besarle las manos al galeno que por fin me soltó y me sentía con una hermosa sensación de haberle puesto fin a una de mis preocupaciones mayores que es el miedo al dolor de muelas.. Que por cierto se dice que es más fuerte que el dolor de parto...no sé si sea cierto. Me sentí como si hubiera perdido instantáneamente 2 o 3 kilos de peso, pero en verdad ¡eh!.. Me sentía ligerita, ligerita... lo que es la tensión ¿no?
Ya de regreso tras el volante hice remembranza de lo que viví en las últimas dos horas, desde la incomodidad de estar esperando tu turno, viendo cómo otros traían la misma cara que tú, no dejas de pensar que "por algo será" la piel chinita cuando te dice la recepcionista con una sonrisota.. "pásele"... el relax mediático cuando estas contándole tus penas al doctor y la actitud alerta que ordena tu cerebro cuando te pasan al "potro de las torturas"... casi escuchas muy adentro de ti la musiquita de la película Tiburón, claro.. Cuando iba a salir el tiburón grandote... tán..tantan..tantántantan... y ni modo de correr, luego del martirio que ya les platiqué, aquí voy...feliz sobreviviente al dentista, me voy mordiendo los cachetes por dentro porque siguen anestesiados, pero encantada de la vida. ¡Fui al dentista y le gané el tiro al miedo!