Filosurfeando: Surfeando entre islas
Ayer soñé que viajaba en un rincón hermoso de mares de cristal azul con muchas, pero muchas, islas. Más bien, surfeaba entre isla e isla y, aunque en la distancia se veían muy parecidas, cada una me resultaba, cuando llegaba a ella, muy diferente a las demás. Cuando llegué a la primera, vi que la arena de ésta estaba formada por puras letras, unas más pequeñas que otras y de diferentes materiales. Caminé poco por esa isla; las letras, en especial las de piedra, tenían tal rugosidad que, al pisarlas descalzo, eran muy hostiles a la piel. Había otras de coral que mejor ni toqué. Sólo las letras “g” eran suaves, asumí que serían por la palabra “gracias”, eran unas grafías sin mucho color y cuando las probé, tenían un sabor apagado, como que querían tener sabor pero se cohibían. Caminé un rato por los alrededores. Casi toda la isla estaba formada por letras de roca, muchas de lava al rojo vivo, algunas con espinas, otras de un material durísimo y elegante; sin formar palabras, la isla me comunicaba que antes de entrar ya se había decidido mi expulsión, que no podría ser mi cómplice de letras y busqué un sendero de puras “g” por donde me deslicé muy divertido hasta el cálido océano donde había dejado mi tabla de letras.
Surfeé hasta la siguiente isla; me gustaron las letras que formaban su playa; eran letras muy pulcras, blancas y ordenadas. Las había en gran cantidad y de muchos tamaños, muy bien acomodadas por toda la isla. Pisé aquellas letras y el primer contacto lo sentí muy frío y, aun así, me dispuse a recorrer parte de la enorme isla. Un rato después me di cuenta de que las letras poseían ojos y no los había visto porque siempre volteaban hacia algún lado, esquivando la mirada, cuando alguien se acercaba. El frío de las letras empezó a hacerme cosquillas y quise preguntar a una de ellas sobre un rumbo en la isla pero estaba muy ocupada hablando de sí misma con su cuasi interlocutora, la cual también hablaba de sí misma. Cuando me acercaba a una, notaba que hablaban muy rápido y subiendo cada vez el volumen para lograr hacerse oír por encima de la otra letra, y la otra hacía lo mismo. Ninguna, de las muchas a las que pregunté, me contestó. Todas ocupadas y presumidas, grafo-céntricas ellas. Creo que nadie se dio cuenta de mi visita, ni de mi partida, de aquella isla de letras tan bien hechas y acomodadas.
Tomé la tabla y me dispuse a visitar otra isla y cuando levantaba los brazos sobre el agua para tomar la ola de letras, veía que mis extremidades también estaban formadas por letras, no por carne ni piel ni huesos, sino por letras entrelazadas todas, como las que forman un acróstico remendado. Así llegué a otra isla, sabiéndome yo también de letras confusas y un tanto desordenadas. Esta isla estaba formada por muchas letras diferentes, de distintos colores y formas, de olores y tamaños diversos. Había mucha actividad entre estas letras de la playa; una “y” contenía una aceituna en su interior, una “p” enorme había aplastado a varias letras y las había despanzurrado. Una “s” parecía serpiente y cuando una “i” se le juntaba, siseaba con mucha fuerza. Casi todas se desplazaban hacia quién sabe dónde y, con el movimiento de tantas, unas me empujaban, mientras otras, que salían de una pantalla, trataban de engatusarme o divertirme con ritmos musicales y de todo tipo de letras en venta. La mayoría de ellas se movían y, bajita la mano, se agredían entre sí. Había otras a las que les faltaba una parte o se veían desgastadas por el uso y eran ignoradas por la mayoría. A las letras no les interesan las letras, es más, ni saben que son letras, pensé. Encontré escondidas por ahí, otras letras que decían ser parte de otro libro sin saber, u ocultando saber, que no había otro libro en ningún lado, que se había perdido la posibilidad de pertenecer a otro escrito aunque perjuraran no ser de éste y, cuando unas letras gordas y parlanchinas se les acercaban y les ofrecían un lugar preferente en el texto, aquellas no dudaban en aceptar, con la condición de seguir pareciendo letras de otro libro.
Ya sobre el vehículo, fui totalmente consciente de que de mi brazo derecho se desprendían letras y caían en el océano. Acostado sobre la tabla, las veía descender en el agua y hundirse. La verdad no lograba distinguir el fondo pero sabía que tenía que mover mucho el brazo para seguir liberando letras y que se sumergieran hasta el suelo marino hasta construir una plataforma sólida. Entonces tomé un número ocho y desde ese momento lo uso como antifaz; cuando mi brazo deja de liberar letras, monto la tabla y viajo por las islas e islotes. Supongo que llevará mucho tiempo lograr que las letras de mi isla emerjan hasta la superficie y parir otro territorio donde yo dé forma, sabor, tamaño, temperatura, transparencia, color y tono a las letras que me robo de aquí y allá.
También soñé que se me cayeron tres dientes.