Juventud robada
La Universidad Mundial, y la Universidad Academia de Chile, organizaron en el mes de octubre el XIV Simposio Internacional de Liderazgo, realizado en Santiago, capital de esa república andina. Además de nuestra participación en las actividades académicas de este importante evento que contó con la presencia de ponentes de México, Chile, Italia y Estados Unidos, tuvimos la oportunidad de conocer diferentes puntos de interés que nos llevaron a recorrer grandes distancias; apreciar impresionantes paisajes, y socializar con un pueblo hospitalario.
Alargando nuestra estancia, estuvimos también en la zona austral de Argentina, en la región de los glaciares. De los alrededores de Santiago, visitamos los puertos de Valparaíso y Viña del Mar; las industrias vitivinícolas, y el Valle Nevado, lugar de recreo para los deportes de invierno. En un vuelo de tres horas desde Santiago a Punta Arenas, arribamos a la región magallánica o Tierra del Fuego, cuyas gélidas aguas supieron del paso de don Hernando de Magallanes en 1520. El clima es extremadamente frío y con vientos de 60 km/h y rachas hasta de 120 km/h. En el interior, predominan las pampas o llanuras que se extienden a lo largo y ancho de miles de kilómetros compartidos entre Argentina y Chile, cuyos pastizales alimentan a tres millones de ovejas y 800 mil cabezas de ganado vacuno, sobre todo de engorda. Y como especies protegidas, el ñandú y el guanaco, convertidos en símbolos así como lo es la ballena gris para los sudcalifornianos.
Después de navegar frente a los muros del Glaciar Perito Moreno; de apreciar las Torres de Paine; de incursionar en la Cueva del Milodón; de recorrer la zona lacustre de aguas lechosas y turquesas; de disfrutar la hospitalidad de El Calafate, Puerto Natales, y Punta Arenas (la ciudad continental más austral del mundo), regresamos a Santiago, y ahí realizamos la visita obligada al Palacio de la Moneda, sede del gobierno de la república de Chile, cuya historia quedó manchada por la sangre y la ignominia a partir del 11 de septiembre de 1973, día que marcó el inicio de una dictadura que se prolongaría por espacio de 17 años, durante los cuales se sucedieron miles de desapariciones; actos de torturas; asesinatos; violaciones; y el exilio. La cancelación de las libertades políticas y sindicales, en suma, el atropello a la vida democrática de un pueblo al que le arrebataron la esperanza ganada en las urnas, a punta de bayonetas.
Nuestra visita a la tierra del cóndor, coincidió con el 40 aniversario del golpe de estado perpetrado por Augusto Pinochet, y bajo los auspicios del gobierno norteamericano, en contra del gobierno democrático de Salvador Allende. Un mes antes de nuestro arribo, se habían llevado a cabo grandes movilizaciones para recordar estos deleznables sucesos que marcaron la vida de millones de personas. Carteles pegados en los muros y leyendas escritas con aerosol, daban cuenta del paso de los manifestantes por las calles de la capital chilena, fundada por Pedro de Valdivia en 1541.
El Palacio de la Moneda fue totalmente reconstruido después de los bombardeos realizados por la fuerza aérea aquel 11 de septiembre. En esos aciagos momentos, el presidente Salvador Allende pronunció un emotivo y ya histórico discurso a través de la radio nacional, y moriría después en uno de los salones de la sede gubernamental. Actualmente, una estatua de enormes proporciones, luce imponente en una de las esquinas de la Plaza de Armas. Salvador Allende de cuerpo entero, y parcialmente envuelto en la bandera de su país. En la Placa alusiva se lee: Salvador Allende Gossens. 1908-1973. “Tengo fe en Chile y su destino.” 11 de septiembre de 1973. Frente al pedestal para la foto obligada, recordé el busto de bronce del Dr. Allende, colocado en el vestíbulo de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla; una calle, y un instituto que lleva su nombre en nuestro país.
De vuelta al hotel, conversábamos con el conductor del taxi; un hombre de 55 años de edad, es decir, contaba con 15 años en la fecha del golpe de estado. Nos contaba que por esos años, cayendo la noche, nadie podía salir a la calle; cuando visitaban amigos o familiares, se tenían que quedar a dormir con ellos. Era un valor entendido. En particular, le pregunté qué me podía decir de su juventud, y su respuesta fue demoledora y lapidaria: ¡Nosotros no tuvimos juventud!
Comentarios (4)
Julia Jaramillo
felicidades de nuevo!
Alejandro Meléndez
José González
Y felicidades al profe Omar y ojalá que siga escribiendo aquí para leerlo.
Yanssén